Melodías para entenderse mejor
Pedagogos de Melilla utilizan la música para facilitar la integración entre niños musulmanes y cristianos
Mohamed apenas habla español, el idioma de Antonio. Antonio no sabe nada de tamazight, el idioma de Mohamed, un idioma de tradición oral que se habla en el norte de Marruecos, en la zona del Rif. Pero Mohamed y Antonio comparten clase y deben entenderse. Y no se trata de comprender sólo el idioma del otro. Hay que comprender la cultura, las razones del otro. Y, para ese trabajo, los profesores de estos chicos han dado con un instrumento que puede facilitar el trabajo de ambas partes, el de enseñar y el de aprender. Esa herramienta es la música. Además de útil, es entretenida y no lleva asociados prejuicios.
Antonio y Mohamed viven en Melilla, una ciudad que resume como ninguna otra en España la idea de multiculturalidad. Cristianos, bereberes, hebreos e hindúes, 66.000 personas de culturas dispares, comparten apenas 12 kilómetros cuadrados de superficie. El objetivo de la escuela es integrarlos, algo que no es fácil, sobre todo en los primeros años de escolarización.
Los bereberes, por ejemplo, han nacido en Melilla y son tan españoles como los de la Península, pero lo cierto es que sus años de infancia los pasan en un círculo familiar cerrado, con poco contacto con el resto de culturas y manejándose casi exclusivamente en su lengua propia. Así las cosas, cuando les llega la hora de ir al colegio, muchos niños bereberes apenas hablan español. Y en la escuela se encontrarán con maestros y compañeros que sólo pueden dirigirse a ellos en castellano. Pero los profesores han encontrado en los ritmos, en las rimas y en las canciones un acelerador del proceso de socialización de los niños y de adquisición del lenguaje con un potencial enorme.
Durante dos años y medio, Oswaldo Lorenzo, Lucía Herrera y Josefa Torres, tres profesores de la Facultad de Educación y Humanidades que la Universidad de Granada tiene en Melilla, han trabajado con 50 niños de dos colegios públicos de Melilla, el Anselmo Pardo y el León Solá.
Cuatro grupos han servido para esta experiencia en la que la música ha demostrado su capacidad como vehículo facilitador de habilidades sociales y fonológicas. Un estudio sometido a un estricto control científico. Los 50 niños se dividieron en cuatro grupos. La proporción de niños y niñas era aproximadamente mitad y mitad. No era así en el caso de las culturas: los grupos de uno de los colegios estaba formado exclusivamente por niños y niñas de origen bereber, lengua tamazight y escaso conocimiento del idioma español. El otro colegio presentaba una mezcla algo más uniforme de las dos culturas, aunque con predominio de jóvenes de origen cristiano.
A todos los grupos se les sometió a unas pruebas previas antes de comenzar para conocer el punto de partida de todos los chavales. Los resultados, no por esperados, dejaron de ser sorprendentes. En el ámbito del aprendizaje del lenguaje, tareas como leer palabras, añadir sílabas a palabras, detectar rimas o sustituir unos fonemas por otros sufrieron en los dos años y medio de la experiencia una mejora mucho más fuerte en el grupo de experimentación que quienes siguieron su trabajo habitualmente.
En el ámbito de la socialización, los factores que se midieron antes y después fueron la sensibilización social, el respeto, el autocontrol, el liderazgo o la jovialidad. Los resultados también fueron más positivos en los dos grupos musicalizados que en los otros. En el otro extremo, los resultados también fueron muy beneficiosos: la agresividad, la terquedad, la apatía o la ansiedad disminuyeron igualmente en los grupos expuestos a esta experiencia musical.
Lucía Herrera es la especialista del grupo en psicología evolutiva y en adquisición del lenguaje. Herrera explica que el primer paso para adquirir el lenguaje en la infancia es tener lo que ella denomina la "conciencia fonológica". Los niños han de descubrir que lo que ellos pronuncian es en realidad una sucesión de unidades pequeñas, palabras, sílabas y fonemas.
Ninguna herramienta mejor que la música para jugar con las frases, explica Herrera. Esta profesora y su grupo se inventaron canciones, por ejemplo, con palabras de una, dos y tres sílabas de alta frecuencia de uso en español. Los niños debían dar palmadas al ritmo de cada sílaba; o se inventaron canciones con palabras que a veces rimaban y a veces no, algo que debían acertar los alumnos. Otras melodías incluían palabras cuyo último fonema debían adivinar los niños. Ejercicios, en suma, muy parecidos a los que recomiendan normalmente los psicolingüistas, explica Herrera, pero siempre acompañados de una melodía.
En el ámbito de socialización, la experiencia consistía en 15 actividades orientadas a fomentar la colaboración con los compañeros, a favorecer la deshinibición y estimular el trabajo en equipo. En el aula se escucharon, por ejemplo, ritmos flamencos, bereberes o hebreos que sirvieron para escenificar juegos, musicar cuentos o, sencillamente, mover el esqueleto un rato.
El objetivo del proyecto, explica Oswaldo Lorenzo, profesor de Didáctica Musical, era utilizar "la música con un fin instrumental, más allá de su uso para adquirir con ella meras destrezas musicales, queríamos aprovechar su potencial educativo". Lorenzo dice que la música "es un lenguaje inefable, con mucha capacidad de comunicación, y que evita los prejuicios que esconden las palabras". En un grupo donde se hablan varios idiomas, añade Lorenzo, "la música es un instrumento que ofrece una sensación de pertenencia a un colectivo único y no a grupos diferentes. Las diferencias se borran". Tanto Lorenzo como Herrera destacan que la música permite además "trabajar en el aula con niños de distinta cultura u origen lingüístico sin retrasar el aprendizaje de unos y otros".
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