Superávit público
El ministro de Hacienda ha avanzado que este año las administraciones públicas cerrarán sus presupuestos con un superávit del 0,5% del PIB, en vez de con déficit cero. Es una desviación importante (unos 3.700 millones de euros) y sorprendente. No se entiende que sólo un mes después de que el Gobierno aprobara los Presupuestos se modifique una cifra que pone patas arriba no sólo las previsiones para este año, sino las del próximo.
El ministro no ha sido muy explícito en sus explicaciones sobre las causas de esta desviación positiva, pero no hay más que observar lo sucedido en los años anteriores para entender qué puede estar pasando. Una primera causa es el superávit de la Seguridad Social, que en los últimos años se presupuesta en un 0,5% del PIB y acaba siendo del 0,7% o 0,8%. La segunda causa, que podría explicar al menos otra décima del PIB, serían los menores pagos por intereses de la deuda, al situarse los tipos de interés por debajo de lo previsto. Por último, cabe citar el efecto de la inflación. El deflactor del PIB acabará creciendo este año en torno al 4,3%, frente a una previsión del 2,8% en los Presupuestos para 2003, lo que hace que el crecimiento del PIB nominal y, por tanto, el de los ingresos por impuestos sea significativamente superior a lo presupuestado.
Me parece que se está vendiendo la piel del oso (superávit de las cuentas públicas) antes de cazarlo
Todo esto ya se produjo en 2002 y, sin embargo, las cuentas públicas no mejoraron los resultados previstos. Ello fue porque los gastos públicos se dispararon, creciendo un 7,5%, casi un punto por encima del PIB nominal. Probablemente el ministro piense que este año los gastos se van a contener. Ciertamente, de él depende que lo hagan los del Estado, pero poco puede hacer para que sea así en el ámbito de las comunidades autónomas. Aquí es donde parece difícil que se alcancen las previsiones de déficit cero, pues sus ingresos se están viendo mermados por la rebaja del IRPF, mientras que los gastos, especialmente los sanitarios, aumentan muy por encima de los voluntariosos cálculos iniciales. ¿A qué obedece, si no, que algunas comunidades comiencen a poner recargos sobre determinados impuestos? Por ello, a mí me parece que se está vendiendo la piel del oso (superávit) antes de cazarlo.
En cualquier caso, lo más interesante es la discusión que se ha suscitado en torno a qué hacer con este hipotético superávit presupuestario. Rápidamente la oposición política (probablemente también muchos gobernantes del Partido Popular, off the record) y muchos creadores de opinión están pidiendo que tal superávit se dedique a gastos diversos con el fin de mejorar el bienestar de los ciudadanos o de contribuir al crecimiento de la economía. Es ésta una visión miope, propia de un diagnóstico equivocado sobre la actual coyuntura de la economía española. Coincido con los que piensan que este país necesita gastar más en educación, I+D, infraestructuras y otros servicios, pero ello puede y debe hacerse respetando las premisas de una buena gestión macroeconómica, que desde hace unos cuantos años está pidiendo a gritos una política fiscal de efectos netos contractivos (no es suficiente el déficit cero) para compensar los desequilibrios que está provocando la relajada política monetaria. ¿Cómo se compatibiliza todo ello? Pues, en primer lugar, reajustando las prioridades del gasto público y, en segundo lugar, allegando, si hace falta, más ingresos públicos. La vía del déficit me parece la menos adecuada.
Ángel Laborda es director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros Confederadas para la Investigación Económica y Social (FUNCAS).
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