Destrozos
La condición para que algo nos resulte invisible es que nos rodee. No vemos, por ejemplo, la atmósfera porque estamos sumergidos en ella. Los astronautas, en cambio, aseguran que es una especie de tul entre gaseoso y líquido que nos envuelve como un papel de regalo. Allan Poe demuestra en La carta robada que el mejor modo de ocultar un objeto es colocarlo a la vista. Cabe preguntarse si la ceguera que padecemos respecto a la atmósfera y a las cartas robadas es semejante a la que sufrimos respecto a las ideas. ¿Estaremos envueltos por una idea dominante que no somos capaces de pensar? De ser así, ¿en qué espacio mental tendríamos que colocarnos para que esa idea envolvente se nos hiciera tan palmaria como la atmósfera a los astronautas?
Llevamos siglos intentando hallar un punto de vista original desde el que observar la realidad. La literatura y el cine nacen seguramente de esa aspiración. ¿Dónde pongo la cámara?, se pregunta el director de cine en cada escena. La cámara se ha puesto ya en todas partes, a veces con resultados estremecedores, pero desde ninguna posición hemos logrado ver la "atmósfera" mental que daría respuesta a todas las preguntas. Los filósofos, por su parte, se colocan en las posturas más extrañas que quepa imaginar para mirar la vida. Los ha habido capaces de desmontar la realidad como se desarma un traje, pero ninguno ha dado todavía con un hallazgo tal que nos permitiera dejar de pensar, pues se piensa para eso: para dejar de hacerlo.
El descubrimiento de que estamos rodeados de una atmósfera que no podemos ver debería inducirnos a sospechar que estamos envueltos también por un pensamiento que somos incapaces de pensar y en el que es probable que hayamos hecho destrozos parecidos a los perpetrados en la capa de ozono. Ello explicaría lo mal que van las cosas y la naturalidad con la que hemos abandonado la dirección del universo a un grupo de paranoicos. La pregunta es si nos matará antes el agujero de ozono o el lógico. Yo preferiría que me matara el de ozono. Tal vez en el momento mismo de morir se aprecie, como desde el interior de una nave espacial, la materia de la que está hecho el otro.
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