Tormenta en una perfumería
De vez en cuando salta de las pantallas una ecuación triste, aquella que pone en relación de causalidad a las buenas novelas con las malas películas. Hay algo de verdad en ella, porque quienes traducen a la pantalla páginas que aman tienden a respetarlas, a traducirlas literalmente, y eso puede dañar la película resultante, que debe tener letra propia, su propio lenguaje, cosa que no es el caso de La mancha humana, en la que el buen director estadounidense Robert Benton y sus guionistas han leído de rodillas la novela de Philip Roth y así les ha salido la película: esmerada, casi concienzudamente fiel, pero endeble como todo esqueleto de literatura.
La película no es del todo decepcionante gracias a algunas apoyaturas procedentes de un reparto de lujo, en el que sobre la hojalata abundan pepitas de oro que, sin embargo, no logran evitar que casi todo cuanto hace Anthony Hopkins y su choque de trenes con Nicole Kidman acabe siendo una pera en dulce para el espectador incrédulo, porque ambas estrellas lo sostienen sobre el límite del ridículo y sin hacerlo nunca creíble.
LA MANCHA HUMANA
Director: Robert Benton. Guión: Philipt Roth y Nicholas Meyer. Intérpretes: Anthony Hopkins, Nicole Kidman, Ed Harris. Género: drama, Estados Unidos / Alemania / Francia 2003. Duración: 106 minutos.
Hermosos escombros
Como no es creíble -raramente da en el clavo esta fórmula- la duplicación en dos factores que se reparten la juventud (Wenworth Miller) y la madurez (Hopkins) del fascinante sujeto que es Coleman Shirk, eje firme de la novela y eje impreciso y escindido de la película, que debido a ello tiene la columna vertebral rota y luego pegada, como todo celuloide inconcluso, con alguna sustancia adherente frágil y efímera.
Y no hay quien digiera el otro polo del cortocircuito emocional de La mancha humana, la magnífica Nicole Kidman. Su piel de nácar casi transparente y su aspecto de mujer crecida entre algodones no da la imagen de una obrera zurrada por la vida; ni, por mucho y bien que se esfuerce en parecerlo, logra ser sombra de la hosca y tierna loba enamorada imaginada por Roth. Pues, por mucho que Nicole Kidman domine la cosmética, ¿qué descarga de dolor y sexo puede golpearnos y seducirnos en una tormenta de perfumería? Y sólo quedan en pie en el derrumbe de esta construcción sin eje algunos hermosos escombros como los de Gary Sinise y, súbitamente, muy por encima de todos, el gran Ed Harris. Pero esto no basta.
Babelia
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