"La ingravidez tiene sus problemas"
El astronauta explica cómo se desplaza flotando por la ISS en ingravidez y cómo trabaja en los experimentos
Puede uno imaginar tener que trabajar en un laboratorio de 50 metros de longitud con varios pasillos laterales. En todos los puntos de este laboratorio hay equipos en los cuales se llevan a cabo experimentos. El trabajo está planificado por gente de otro país, que continuamente llama por teléfono al operador de los experimentos para averiguar detalles o para preguntarle qué tal va saliendo o, las más de las veces, para ordenar que los experimentos se hagan de esta o de esta otra manera.
Hay varios teléfonos en este laboratorio, pero ninguno inalámbrico, y el operador ha de acudir a uno de ellos para contestar a cada llamada. Es verdad que el poder a su vez preguntar todo lo necesario y pedir consejo alivia algunas veces el trabajo del operador, y que no se sienta solo cuando tiene problemas.
¡Ah!, se nos olvidaba un pequeño detalle: los teléfonos tienen cuatro líneas y hay que fijarse en cómo suena para contestar dando al botón adecuado, porque cada uno de los cuatro grupos que controlan al operador llama por una línea diferente. Es verdad, no habíamos dicho que hay cuatro grupos, hay que reconocerlo, muy amables todos. Ni se fija ya este operador en que la llamada puede venir en dos idiomas distintos, ninguno de los cuales es el suyo propio. Ni en que en el mismo laboratorio hay otros cuatro operadores cruzándose con él todo el día por los pasillos y ocupados en diferentes tareas, sean experimentos o arreglos del material del laboratorio en sí. En un laboratorio así habría siempre una sensación de prisa, de tener que ir corriendo a todas partes. El día se hace cansado... y apetece cerrar, apagar la luz e irse a casa.
Añadamos otro factor: no se puede ir a casa a dormir. El laboratorio está en una región remota y hay que dormir dentro y comer dentro comida precocinada; algunos hay que se quedan en él hasta un año. Apetece de vez en cuando salir al exterior, ver otra cosa, darse un paseo, abrir la ventana y que le dé a uno el aire. No, tampoco, en este laboratorio no se puede abrir nunca la ventana, el aire se recicla por medio de filtros.
Un poco así es la Estación Espacial Internacional, vista desde el punto de vista de un europeo que ejecuta experimentos tanto en el lado estadounidense como en el ruso, dirigido por gente de la Agencia Europea del Espacio.
Introduzcamos ahora un factor adicional: la ingravidez. En la estación no se anda ni se corre, se flota de un lado a otro. La sensación es desde luego interesante, y la ingravidez es el motivo de gastarse tanto en poner aquí un laboratorio. Pero no ayuda para el trabajo. Cierto es que se puede cruzar un pasillo a gran velocidad si se tiene prisa, sin más esfuerzo que el de empujar en un lado y frenar en el opuesto. Sin embargo, la práctica muestra que es increíblemente difícil hacerlo bien sin tocar las paredes y, ah, en el momento en que toca uno una pared sin control a gran velocidad los duendes de la física se encarnizan y lo envían a uno rotando y pateando todo.
La gente que lleva en la estación seis meses ahora es capaz de cruzar los 50 metros en poco más de, digamos, 15 segundos. Yo, que llevo tres días (aunque tengo experiencia previa de otro vuelo), de momento tengo el récord en 25 segundos y un chichón. Aunque parezca una cosa de juego, hay a veces que realmente volar de una parte a otra cuando se te ha olvidado algo en la otra punta (claro) y el tiempo apremia. Cuando hay unos momentos de tiempo libre, es natural entrenarse a desplazarse con más control y sin tocar nada, especialmente las escotillas traicioneras medio cerradas y muy, muy duras. Yo estimo personalmente que necesitaría un par de semanas en aclimatarme del todo, es decir, en desplazarme sin tener que pensar cada movimiento.
Es conocido de todos que lo mejor de este laboratorio son las vistas. Sin desmerecer la satisfacción de ver cómo las actividades se van realizando, a pesar de los inconvenientes.
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