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TEATRO

La guerra bajo los pliegues

Javier Vallejo

Bonaparte, boceto pintado por Jacques-Louis David en 1798 (siete años antes de los acontecimientos que se narran en Guerra y paz), ilustra bien lo que ha conseguido el director ruso Piotr Fomenko con la adaptación escénica de la novela de León Tolstói, que su compañía representa en el Festival de Otoño de Madrid: el pintor retrata a un Napoleón joven, con la melena rubia y descubierta, la cabeza y el cuerpo girados en direcciones opuestas, la mirada enfocada en algo lejano y elevado; los labios, sensibles, cerrados; su cuello, resguardado por las solapas con vuelta roja de una guerrera azul de la que David apenas colorea la línea de los hombros. El resto -los brazos, el puño que el futuro emperador cierra delante de su pecho, la faja con que ciñe su cintura- está esbozado con unas líneas de carboncillo. Pero Bonaparte está ahí, podría decirse que completo, en la limpieza de su mirada, en la determinación de su mentón. En sus respectivas versiones cinematográficas de Guerra y paz, King Vidor y Sergéi Bondarchuk intentaron sobrevolar la integridad de la epopeya tolstoiana. Prokófiev tomó el mismo camino en una adaptación operística que guarda poso de sus colaboraciones con Eisenstein. Piscator, en su montaje en la Volksbühne, hizo resonar los desastres de la II Guerra Mundial. Al principio de su trabajo, Fomenko y su troupe también intentaron comprimir la novela. Pero tras hacer una italiana (lectura en voz alta) de cuatro meses, uno por tomo, optaron por encarar sólo la adaptación de la primera parte del libro primero (unos 180 folios). Y como la dramaturgia mejor es la menor dramaturgia, fueron lo más fieles posible a los diálogos y a las imágenes vívidas de la obra de Tolstói.

En su montaje de tres horas

y cuarenta y cinco minutos de duración, Fomenko pone en escena, pues, el comienzo de la novela, pero, como hizo el retratista oficial de Napoléon, completa la obra con cuatro trazos rápidos, incorporando fragmentos del final. Esta Guerra y paz habla, sobre todo, de la calma que precede a la tempestad. Comienza con una exposición de las reglas del juego: los actores, algunos bastante más jóvenes que los personajes que han de representar, toman la novela de Tolstói, comienzan a leerla, y la van pasando de mano en mano. "Masha es muy joven, pero no muy guapa", lee un intérprete, y la actriz a la que han dado ese papel, que no hace honor a su hermosura, repite, entre preocupada y sorprendida: "¿Pero no muy guapa?". Otro coge el libro y dice: "Entra el príncipe Andréi Bolkonski", y el actor encargado de interpretarlo se coloca un cuello rojo de húsar sobre su camisa negra y neutra, se yergue como un militar que se presenta ante su superior y atraviesa un telón donde se reproduce un mapa de Europa de principios del siglo XIX, escenario de la guerra que viene.

Por su libertad absoluta, su musicalidad y su atrevimiento (todo vale en escena, una vez que se ha establecido la correspondiente convención), Guerra y paz. El comienzo de la novela es el montaje teatral que más hondo caló en la pasada edición del Festival de Otoño de Madrid, donde llegó desde el de París: allí se aprecia tanto el trabajo de Fomenko que este año se le invitó a dirigir en la Comédie. Quizá lo más sorprendente sea el trabajo de los actores, que más que intentar ser los personajes, los incorporan, los unen a sí mismos con convicción y limpieza extraordinarias. Actores y actrices ingrávidos, que se desplazan rozando el suelo, como un vuelo de tules. En Moscú, el Atelier Piotr Fomenko trabaja en un teatrito cedido por el Ayuntamiento, no mucho más grande que la Cuarta Pared de Madrid, en los bajos de lo que antaño fue un cine. Un espacio íntimo, antítesis del Teatro de Madrid, donde les toca actuar.

También son sobretítulos en castellano, la compañía presenta Las noches egipcias, espectáculo basado en un poema y una obra en prosa en los que Pushkin habla de unos amantes de Cleopatra que eran sacrificados al final de la noche, como el macho de la mantis. A comienzos del siglo XX, Valeri Brussov reelaboró el tema, lo que le valió una lluvia de dardos de, entre otros, Marina Tsvetáieva. El espectáculo de Fomenko se nutre de las tres versiones, y de muchos otros textos de Pushkin.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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