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Columna
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¿Una alternativa?

Todo partido político, en cuanto se constituye, se convierte en una alternativa de poder. En Euskadi, por lo tanto, hay tantas alternativas de poder como partidos políticos. Debido a la fragmentación del espectro partidista, es cierto que en la mayoría de los casos se trata de alternativas potenciales, más que de alternativas reales; tan cierto como que hoy por hoy ningún partido político vasco posee la fuerza suficiente para constituir por sí mismo un gobierno estable. Tenemos un partido mayor, el PNV, que obtiene en torno al 35% de los votos, insuficientes para formar gobierno sin necesidad de coaligarse con otras fuerzas políticas. El resto de los partidos rara vez superan, en el mejor de los casos, la barrera del 25% de los votos, por lo que queda claro que coaligarse es condición sine qua non para acceder al poder en Euskadi. Así lo ha hecho el PNV desde su escisión, uniéndose en la actualidad con EA y con IU, y en el pasado con el PSE y alguna otra fuerza política.

Por lo tanto, ningún partido político es hoy autosuficiente como alternativa real, aunque esta afirmación requiere matizaciones. Por su larga experiencia en el poder, y por la capacidad que ha mostrado para aglutinar distintas fuerzas en su torno -capacidad debida a diversos factores, tanto coyunturales como de índole histórica y sociológica-, es evidente que el PNV es la alternativa más sólida, la que mayor fuerza manifiesta, para seguir conservando el poder. A pesar de su relativa debilidad, se halla a cierta distancia del resto de los partidos en capacidad para constituirse en eje central de una coalición estable. Es un hecho que cuesta desplazarlo del Gobierno incluso en situaciones tan adversas, al menos en teoría, como las que atravesaba poco antes de las últimas elecciones autonómicas. Ningún otro partido se encuentra a su altura, y sólo una coalición de por lo menos otros dos partidos mayores -de los que pueden rondar el 20% de los votos- puede poner en peligro su hegemonía. Si en estos momentos el PNV estuviera en la oposición, podría constituirse por sí mismo en una alternativa de gobierno verosímil, privilegio del que no parece disfrutar ninguna de las demás fuerzas políticas.

Esto no obsta para que cualquiera de esas otras fuerzas manifieste su legítima aspiración, y su legítima ambición, a llegar al Gobierno. Así lo está haciendo el PSE y, de forma más osada, lo está proclamando también el PP. Parece evidente, no obstante, que cualquiera de esos partidos sólo será una alternativa verosímil en la medida en que muestre capacidad para concitar el apoyo del otro o de otros partidos. Sólo sumando esfuerzos podrán, en el mejor de los casos, llegar a Ajuria Enea. Pero hay diferentes formas de sumar. Las dos más obvias son las siguientes: la suma antes de, configurando una alternativa unitaria, y la suma después de, con alternativas distintas que conformen un gobierno de coalición. La disputa parece centrarse en ambas posibilidades -el PP defendería la primera, mientras el PSE defendería la segunda-, pero se deja de lado una tercera forma de sumar que, sin embargo, está siendo activada: la suma mediante la creación de un polo magnético que encarne por antonomasia la representación de una supuesta unidad ideológica: una suma por absorción. Al respecto, el modelo sigue siendo el PNV, que ha solido practicar los tres tipos de suma. La suma antes de, la suma después de, y sus actuales intentos de suma por absorción. Pero si esto último es posible, lo es porque existe una comunidad nacionalista, y no es seguro que exista, ni que pueda existir, una comunidad constitucionalista.

Sin embargo, es por este tercer tipo de suma por el que está transitando el PP, con el fin de convertir al PSE en una opción desdeñable y recoger sus votos. La operación es legítima siempre que no recurra a procedimientos deshonestos. Y se está recurriendo a ellos. Pase lo de recolectar a supuestos intelectuales de izquierda. Y es también lícito robar militancia a otros partidos, aunque lo es si ello conlleva un cambio de siglas en los captados para la causa. Pero cuando se juega al enmascaramiento capcioso -en siglas, en posiciones- se están rompiendo las reglas del juego y sembrando entre los electores la desconfianza hacia la fiabilidad de sus representantes. Todo ello en nombre de la alternativa constitucionalista, cuando parece evidente que no existe tal alternativa única, sino varias. Si no admitimos esta evidencia, ¿cómo pretendemos sumar después voluntades que de entrada han sido excluidas? Hay operaciones marrulleras que pueden convertir las sumas en restas. Y de verdad que sería una pena.

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