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Columna
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No hay novedad...

Antonio Elorza

En estas tristes vísperas electorales, la única nota de humor la puso el catalanista Artur Mas y el episodio me lleva a evocar una vieja lectura. Allá por los años cincuenta, en aquel Pulgarcito de Escobar y su Carpanta, uno de tantos entre sus personajes tragicómicos se creía por un momento Napoleón y proclamaba sus grandiosos objetivos: "¡Esta vez seré audaz, con un millón de infantes ocuparé Andorra!". Ahora el heredero de Pujol intenta hacer realidad la gesta soñada por Carioco, evitando que el principado pirenaico se limite a servir de paraíso fiscal, para convertirse en el glorioso refugio de los anhelos de cientos de miles de nacionalistas, los cuales bajo los colores de Andorra escaparían a la insufrible pertenencia a una selección española. Lástima que el COI haya frustrado el intento.

Lo que no va a frustrarse es la presentación del texto articulado correspondiente al plan Ibarretxe, visto por sus promotores como la revancha definitiva a la inserción de las provincias vascas en el marco constitucional español que representara la ley de 25 de octubre de 1839. Si entonces, en la interpretación de Sabino Arana, fue suprimida la supuesta independencia vasca, ahora se reanuda en serio el camino de su recuperación. Pasqual Maragall, de quien lamento discrepar tantas veces, afirma en TVE que el plan Ibarretxe no va a ninguna parte y que lo necesario es dejar tranquilos a los vascos, es decir, que desde fuera de Euskadi se mire con respeto reverente lo que allí sucede. "Utzi paken Euskal Herriari!", "¡Dejad en paz al País Vasco!", que cantaba Urko en la transición. Sólo que una vez que la acción criminal de ETA ha sido reducida al mínimo desde el Estado de derecho y que toda la perturbación procede de un proyecto político dispuesto a partir a la sociedad vasca en dos con tal de alcanzar el triunfo definitivo del nacionalismo, tal vez sería mejor dirigir la recomendación al Gobierno vasco y no a quienes le critican en nombre de la democracia.

El hecho es que la decisión que adoptará mañana el Gobierno vasco supone mucho más que la puesta en marcha de una reforma radical del Estatuto: es la expresión inequívoca en el plano normativo de la voluntad de establecer un poder constituyente vasco por encima y en contra de la legalidad constitucional vigente. Un poder legítimo se vuelve contra la fuente de su propia legitimidad. El recurso a los eufemismos no debe engañar a nadie. Presentar el plan Ibarretxe como una invitación "amable" o como "un proyecto de convivencia" tiene la misma carga de falsificación que la etiqueta colocada por los nazis a su ley de plenos poderes de 1933 como "ley para la lucha contra la miseria del pueblo y del Estado". Ese 24 de marzo tuvo de hecho lugar la abolición de la Constitución de Weimar. Este 25 de octubre pone en marcha la ofensiva del Gobierno de Vitoria contra la Constitución de 1978 y contra el Estatuto de Gernika.

Por otra parte, mal va a facilitar la solución del problema vasco que aquí y ahora los políticos catalanes emprendan la superación de su propio Estatuto. Flojo argumento es la necesidad de hablar del euro como moneda en la Constitución española o enumerar "los pueblos de España", cosas por las que nadie en Europa piensa reformar sus Constituciones, ni lo esencial en Cataluña es incluir la educación o la seguridad en el nuevo Estatuto: lo que contará es la proyección política dada a la afirmación de Cataluña en tanto que nación única, con la consideración de España como nación de naciones en el desván, y el contenido de la organización estatal resultante tras aceptar la presión de los nacionalistas catalanes profesos o encubiertos.

El gesto tranquilo de los líderes catalanistas parece desechar toda conmoción, incluso al hablar de Euskadi. Es como aquella siniestra canción de los años cuarenta, No hay novedad, señora baronesa. La gravedad de los problemas nada importa. El poder permanece. Ahora bien, lo mismo puede predicarse, con mayor razón aún, de un PP dispuesto a conservar el poder en Madrid sobre las ruinas de la democracia y a machacar a un PSOE que se ha ganado buena parte de su castigo. Pero resulta de una formidable miopía que Aznar no perciba hasta qué punto va a necesitar la cooperación de sus rivales en la crisis que se avecina. El título original de la letrilla resulta aquí el más adecuado: No hay novedad, Madame la Marquise.

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