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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Plenitud

La forma en que suceden y se suceden los sucesos y se moldean los personajes que los sostienen posee, en algunas obras mayores de Clint Eastwood, una enigmática música interior, una especie de estruendo a media voz que hay quien dice que procede de la devoción del cineasta por la música trágica del blues, ésa que hace posible, como el cante jondo, que un lamento, e incluso un alarido, se manifiesten como formas de silencio, algo así como erupciones de calma. Y esa paradoja se mueve -como en Bird y en todas las grandes películas de Eastwood- dentro de Mystic River, película adulta, de plenitud.

MYSTIC RIVER

Dirección: Clint Eastwood. Guión: Brian Helgeland. Intérpretes: Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden, Laura Linney. Duración: 137 minutos. EE UU, 2003.

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Mystic River pone a vivir con verdad y dureza estremecedoras una galería de personajes admirablemente construidos, de la que tiran con precisión y energía arrolladora tres actores libres y superdotados. Dos de ellos, Tim Robbins y Sean Penn, dan alas a su genio y vuelan hacia dos creaciones eminentes. Y el tercero, Kevin Bacon, aunque con menos recursos que sus dos colegas, traza con ellos de tú a tú un triángulo perfecto, tras el que asoma un tejido de interrelaciones de rostros, de actitudes, de réplicas, de comportamientos y de situaciones, es decir, un juego de intérpretes tan exacto, rico y emocionante que sólo puede ser

obra de la sensibilidad de otro actor ingénito y superdotado que ha logrado trasladar el caudal de su inmensa sabiduría escénica al territorio de la dirección.

El enigma del pesimismo consolador, la capacidad para representar el sufrimiento de tal forma que desencadene el alto e inimitable voltaje emocional que acompaña siempre al gran cine del clasicismo americano -el mismo estallido emocional que llena Los puentes de Madison- salta de la pantalla de Mystic River y hace de ella un golpe de acabamiento formal, pero también de rectitud moral, que permite a Eastwood hurgar en los entresijos de la violencia y la abyección, profanación de un niño y asesinato de una adolescente, sin convertirlas en el sórdido y cruel espectáculo de la violencia por la violencia en que la degradación actual de las viejas leyes del thriller convierte a este noble género en caricia a la baja naturaleza. Y en el polo opuesto, con pudor y hondura -como Un mundo perfecto-, Mystic River extrae de la bajeza elevación, y de la crueldad, libertad.

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