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El Ejército frena un plan del Gobierno turco para potenciar escuelas islámicas

Juan Carlos Sanz

Antes de viajar el pasado fin de semana a Mallorca, el primer ministro turco tuvo que retroceder por primera vez a la voz de mando de los generales. A pesar de que el islamista moderado Recep Tayyip Erdogan controla dos tercios de los votos en el Parlamento, no ha podido sacar adelante su proyecto de ley para impulsar la enseñanza religiosa. Su Gobierno tuvo que retirar la semana pasada la reforma de las escuelas de clérigos musulmanes (imam hatip) después de que el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Hilmi Ozkok, le recordara al propio primer ministro que Turquía es un país musulmán, pero laico.

La comunidad educativa, con los rectores de universidad a la cabeza y la organización patronal Tusiad -punta de lanza de la incorporación del país a la UE- han hecho frente común con el Ejército, guardián del Estado fundado por Mustafá Kemal, Atatürk, hace 80 años. Finalmente, el presidente de la Comisión de Educación del Parlamento, el diputado islamista Tayyar Altikulac, confirmó que la tramitación del proyecto de ley quedaba "aplazada" hasta que se reforme en su conjunto la Ley General de Educación, que prevé ampliar la enseñanza obligatoria en Turquía hasta los 16 años.

Complejo militar-económico

El Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan pretendía que los estudiantes de las imam hatip -en principio dedicadas a formar almuédanos, aunque también admiten a decenas de miles de mujeres entre sus 300.000 alumnos- puedan acceder sin trabas a cualquier centro universitario, una opción que ahora tienen prácticamente vedada. El complejo militar-económico que controla el poder real en Turquía temía que los estudiantes coránicos acabasen contagiando el virus del islamismo en todas las facultades. Las escuelas religiosas han ofrecido en los últimos años a los jóvenes más brillantes de las clases populares turcas oportunidades que el sistema de enseñanza estatal les negaba. El propio Erdogan se graduó en una imam hatip.

Así que, tras una carrera de éxitos políticos ininterrumpidos en apenas un año, ensombrecida tal vez por el alejamiento entre Ankara y Washington en la guerra de Irak, el primer ministro turco ha recibido el primer aviso desde el estamento castrense. Erdogan conoce el peligro de enfrentarse al Ejército. El también islamista jefe de Gobierno Necmetin Erbakan tuvo que dimitir en 1997 precisamente por favorecer el desarrollo de las imam hatip. Y en esa misma época, Erdogan se vio obligado a renunciar a la alcaldía de Estambul y acabó con sus huesos en la cárcel por leer un poema islámico en una concentración pública.

"Quienes acusan a las imam hatip siguen un camino peligroso. Yo sirvo a este país más que quienes acusan a los graduados en esas escuelas religiosas", se apresuró a advertir el primer ministro para dar a entender que está dispuesto a querellarse.

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La luna de miel del gobernante islamista con los generales parece tocar a su fin. Erdogan logró reformar la legislación que le impedía ser primer ministro y comenzó a adoptar medidas legales para acercar Turquía a la Unión Europea. A partir de ahora tendrá que medir sus pasos con cautela ante los generales. Paradójicamente, Europa es la principal garantía de estabilidad en Turquía. Militares e islamistas comparten la voluntad de integración. Los primeros, para poder completar la modernización de un país rodeado de naciones en conflicto. Los partidarios de Erdogan, para alcanzar las libertades que el kemalismo les niega.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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