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Columna
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'Déjà vu' impertinente

¿Es del todo necesario votar otra vez? ¿Y escoger entre los mismos? Las elecciones del próximo domingo son como un déjà vu impertinente y estrafalario. Ya la primera vez que acudimos a las urnas para elegir al presidente de la Comunidad lo hicimos poco estimulados. El Partido Popular ofrecía, en teoría, una prolongación madrileña de su política nacional y exterior retrógrada, conservadora y engreída. El PSOE, en apariencia, no ofrecía gran cosa. Izquierda Unida, simplemente, no existía.

El transfuguismo tamayosaezista tuvo su momento de gloria, desencadenó una mascletà de acusaciones, protestas, insultos y sorpresas, pero, una vez amainado el temporal, sólo nos ha dejado la necesidad de retornar a las urnas y un partido más, llamado Nuevo Socialismo, que se presenta como ese candidato freak de toda elección moderna a lo Chicholina, Jesse Ventura o Schwarzenegger. Mientras que a Estados Unidos le sobra ficción y espectacularidad política, a nosotros nos falta.

La campaña electoral madrileña, paralela a la californiana, nos ha desvelado la aburrida terrenalidad de nuestros candidatos. Esperanza Aguirre es la madre (o la abuela, dependiendo si atendemos al cartel electoral retocado o a su imagen en vivo) querida por todas las abuelas, una señora decente, aseada y de buena familia. Simpática, aunque sin gran luminotecnia intelectual, tierna en su ignorancia. Pero una vecina del barrio de Salamanca, después de todo, nadie con glamour ni perspectivas de ir a cambiar nada, y mucho menos a mejor.

Simancas se ha quitado la chaqueta del cartel de las últimas elecciones para parecer más desenfadado (pero sabemos que sigue enfadado), más cercano, más casual. Pero eso es precisamente su defecto, que es tan próximo que se hace invisible, insignificante. No parece haber podido borrar de su cara el rictus de estupor que encajó en el momento de recibir la puñalada tamayesca. Inspira hoy una mezcla de compasión e indiferencia. Muchas veces se habla de recurrir al voto de castigo, pero esta vez ¿a quién deberíamos aplicar el correctivo?, ¿al PP por la presunta compra de los tránsfugas o al PSOE por dejar que broten gusanos de un partido? Quizá la auténtica punición, el verdadero gesto de protesta ante el problema del transfuguismo que nos lleva de nuevo a la pesadilla de unas elecciones es apostar por Fausto Fernández. Si no lo hicimos en el primer asalto electoral, posiblemente sea el momento. Desde su cartel, menos prodigado, nos muestra un medio perfil de fauno.

Uno se para en un semáforo de la Castellana y mira a través del parabrisas a derecha e izquierda para descubrir pendiendo de las farolas a un hombre y a una mujer que nos demandan confianza. Esperanza, envuelta en un halo angelical, pero con la mirada desafiante enmarcada en Max Factor, y Simancas, procurando sonreír y borrar de su cara el disgusto de la traición y de los malos pronósticos para estos nuevos comicios. Los carteles hablan de buen gobierno y de democracia, pero no sabemos, en realidad, qué ni a quién estamos votando. La política es más oscura y zafia de lo que debiera y mucho más de lo que sus artífices proclaman. Al final acabamos eligiendo a unos o a otros por una longeva tendencia política heredada de una condición social o un ambiente familiar tal como se adquiere la filia a un equipo de fútbol. O empujados por un hecho tan circunstancial como la traición de los tránsfugas o la puesta en escena de un candidato.

No conocemos realmente los programas políticos de los partidos que, además, la mayoría de las ocasiones son demasiado parecidos y vacuos. Por otro lado, las promesas o las intenciones políticas rara vez acaban materializándose por inviabilidad, por desidia o por incompetencia. ¿Alguien cree que alguno de los aspirantes a presidir la Comunidad tiene la solución al problema de la vivienda o de la delincuencia en Madrid? ¿Qué estamos eligiendo en realidad? ¿A una persona que nos despierta ciertas simpatías o fobias por su forma de hablar, su vestuario o su carisma? ¿Una solución de continuidad u otra de cambio? ¿O simplemente a un partido con todo lo etéreo del concepto? Es complicado pensar en el PP sin evocar la guerra de Irak o el Prestige, mencionar a Esperanza Aguirre y no acordarnos de sus meteduras de pata con Airbag o Santiago Segura. O concentrarse en Simancas y no verle sólo bajito y decepcionado. Es un voto para Madrid el que daremos el domingo, pero en realidad estamos condicionados por los peinados y los acentos de los políticos, por la jugarreta de Tamayo y Sáez y por unas responsabilidades políticas nacionales e internacionales ajenas a nuestra ciudad.

Es frustrante que al electorado no le satisfagan las opciones y los candidatos que las encarnan, pero también denota alguna exigencia por nuestra parte. No nos conformamos con las alternativas existentes, creemos en que los habitantes de Madrid merecemos unos gobernantes más cualificados y seductores. Alguien a quien sea una satisfacción votar dos veces en cinco meses.

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