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Reportaje:

Bilbao La Vieja se debate entre su revitalización y las dudas de los vecinos

Bilbao La Vieja lleva décadas arrastrando el triste título de ser el barrio más degradado de la ciudad; con un índice de paro que puede afectar en algunas zonas hasta casi el 40% de sus aproximadamente 15.000 residentes. Hasta hace un par de años, más del 10% de las 5.000 viviendas existentes estaba en muy mal estado. Los nombres de algunas de sus calles son conocidas fuera de sus fronteras, como San Francisco -donde vive el 42% del total de la población del área-; o Cortes, el degradado barrio chino. En las aceras se mezcla la marginalidad itinerante con la inmigración (aproximadamente el 5% de los residentes); los traficantes de drogas con los vecinos de toda la vida y con los recién llegados. Jóvenes en su mayoría que empiezan a acudir al reclamo de la incipiente oferta inmobiliaria, el nacimiento de actividades culturales y empresariales y las promesas de mejora que llegan de la mano del Plan Integral de Rehabilitación.

"Pensamos que a las instituciones les interesa concentrar todo lo marginal en el barrio"

Frente a esta gran precariedad urbana y social, el proyecto arrancó hace cuatro años con el acuerdo suscrito entre el Ayuntamiento de Bilbao, el Gobierno vasco, la Diputación de Vizcaya y Bilbao Ría 2000, con un presupuesto de más de 22.000 millones de pesetas de entonces; más de 132 millones de euros. Su plazo legal de ejecución concluye a finales del próximo año y su objetivo es transformar la estética urbana y social del barrio.

Para entonces, tendrán que estar construidas unas 4.000 viviendas y derribadas casi 500; así como creados 60.000 metros cuadrados de zonas verdes; abierta una residencia universitaria en la calle Cortes y dispuestas unas 600 plazas de aparcamientos. Incluso, una escultura del prestigioso Manolo Valdés dará la bienvenida a lo que dejará de ser el Puente Cantalojas y se convertirá en plaza. Son sólo algunas de las obras del ambicioso plan. Gran parte del mismo ya se puede contemplar. Es el caso de la Plaza de la Encarnación, donde se construyen 500 viviendas, el 60% de protección pública y el resto de precio pactado con las promotoras, así como un parque de 18.000 metros cuadrados; o los muelles de Marzana y la Merced; y, sobre todo, el nuevo barrio de Miribilla, en la zona alta.

Sin embargo, con gran parte de las actuaciones urbanísticas en marcha, el escepticismo sigue haciendo mella en algunos sectores de la zona. Es el caso de Carlos Eskunze, portavoz de la Coordinadora de Grupos para la Rehabilitación de Bilbao La Vieja, San Francisco y Zabala, que agrupa a una treintena de colectivos. "La vida cotidiana ha cambiado poco o ha empeorado. Sigue siendo muy dura. Los vecinos no sienten como propio el proceso de rehabilitación tan anunciado. Hace más de siete años el Ayuntamiento creó la Mesa por la Rehabilitación y, sin embargo, nos encontramos con un organismo que ni siquiera sabe cuáles son sus objetivos y funciones. Por si fuera poco, no existe otro instrumento que garantice realmente la información y la participación del vecindario en la rehabilitación de sus barrios", asegura.

La coordinadora elaboró antes del verano un documento de 11 puntos en los que explican sus demandas. "Esto es una bomba que puede explotar en cualquier momento. El tráfico de drogas sigue concentrado en la zona. Hay tanta permisividad que, a veces, pensamos que a las instituciones les interesa concentrar toda esa marginalidad en el barrio. Es verdad que se están haciendo cosas, como la urbanización de la zona de Miribilla, pero es segregacionista porque más abajo siguen los vecinos con los problemas de vivienda y de expropiación".

De muy diferente forma se expresa Marta Ibarbia, directora de Surbisa, la sociedad urbanística municipal, encargada de la rehabilitación de la zona. Desglosa minuciosamente con datos y cifras el trabajo que se está desarrollando en los barrios. "El presupuesto municipal es de 4.252 millones de pesetas y, ahora mismo, no hay ningún proyecto de los diseñados que no esté en marcha. Rehabilitación de edificios; construcción de otros nuevos; modificación del planeamiento, etcétera. Están ahí y se pueden ver". Ibarbia llama la atención sobre el hecho "palpable" de que las promotoras privadas inviertan en la zona. Tras las inversiones públicas, hay que buscar privadas, dice. "Es un buen termómetro".

Por eso, rechaza que el barrio siga igual que hace cuatro años. "Nadie que pasee por San Francisco puede decirlo. Se han hecho grandes cosas, aunque claro que queda por hacer y que, con la conclusión del Plan no se termina. Nosotros tenemos muchas ideas para revitalizar el barrio. No se trata sólo de construir viviendas sino de conservar las que se pueda y de crear servicios que generen actividad a su alrededor". Y cita, como ejemplos, la apertura el próximo año de una residencia de estudiantes con capacidad para 200 camas, y aparcamientos; o la pretensión de construir una biblioteca universitaria en la Plaza La Cantera (una zona que aún conserva las huellas de la marginalidad) y que atraería a jóvenes y comercios. "Las universidades deben estar directamente implicadas en la regeneración de los cascos antiguos de las ciudades". "El barrio no se está muriendo. Buscamos mejorar la vida de los ciudadanos".

Los vecinos sienten que las cosas se dejan a medias

A la entrada de San Francisco, en el número 36, en el solar que ocupó el popular cine Vizcaya, ya se han levantado 29 viviendas. En el otro extremo de la calle, en el número 65, Borja Buján, de 29 años, diseñador gráfico, se acaba de comprar un piso antiguo de propiedad privada por 18 millones de pesetas y llama a su pequeña empresa San Francisco 36. "En tres meses mi piso subió ocho millones. Cuando fui a firmar el contrato no me lo querían vender porque veían que lo podían vender más caro. La especulación con los precios es tremenda. Todo el mundo piensa que la rehabilitación de la zona va a generar demanda y que, por lo tanto, comprar es una buena inversión". Este joven cree, sin embargo, que la zona sigue siendo un gueto. Cuenta que, aunque es cierto que hay zonas donde ya se empieza a vislumbrar un cambio, todavía hay portales insalubres, con patios centrales en los que uno se encuentra lo inimaginable. "Quieren que se construya para que entre gente nueva, pero no se puede echar a los que han vivido ahí toda la vida", dice.

Un joven que conoce bien Bilbao La Vieja es Santi Martínez, de 26 años, que está a punto de terminar Derecho. No reside en la zona pero desde hace diez años trabaja como voluntario en Kalegintza, una asociación que lucha contra la exclusión social. "Los cambios están abriendo la zona. Sí hay más actividades y aumenta el comercio, hay más vida pero es un tanto falso porque la gente que acude de otras zonas de Bilbao no suele traspasar la barrera de San Francisco. Según te alejas de la Ría, la separación es mayor. Esa zona es la más marginal de la ciudad; con los mayores índices de analfabetismo. Es un polvorín. Mi modelo de barrio sería como el madrileño de Lavapiés. Sólo con poner una estación de Metro y que el tranvía pase ya cambiaría y no como ahora, que está dejado de la mano de Dios".

Marian Moruno, cuarenta y tantos años, pasa muchas más horas de su vida en Bilbao la Vieja que en su casa de Indautxu, en el centro de la capital. Es trabajadora social y conoce el nombre de cada inmigrante y de cada familia que requiere de su ayuda. Para dar una idea del nivel económico del barrio, apunta que el 80% de los vecinos perciben la prestación social. "La zona sigue estando degradada, y mucho. Hay casas que se caen por el abandono; otras muy deterioradas". Y, junto a ellos, viviendas construidas hace dos años que nunca se han estrenado, como la casa de las palomas en la Plaza de la Cantera, de protección oficial. ¿Es eso normal?".

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