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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Heterodoxa expansión

Emilio Ontiveros

La economía de Estados Unidos vuelve a ser la locomotora del mundo. A su Administración no le han dolido prendas para utilizar todas las medidas de estímulo a su alcance, dejando a un lado prejuicios y restricciones como las vigentes hoy en la eurozona. Se trata, ante todo, de que el clima económico vigente en las elecciones presidenciales que tendrán lugar en noviembre de 2004 sea más propicio para la reelección que el que impidió al padre del actual presidente conseguir la suya.

Poco importa si para ello se ha de recurrir a controvertidas reducciones de impuestos y aumentos del gasto que alejen el déficit público de cualquier referencia considerada razonable; muy distante, en todo caso, del superávit que le legaron los demócratas. O si, para compensar las pérdidas de competitividad de algunos sectores y aumentar el empleo, es preciso echar mano de medidas igualmente contrarias a la apertura y libre juego de los mercados, incluidos los de divisas.

La concesión a los manufactureros de EE UU para reducir la competitividad de los productos orientales no es probable que depare los efectos deseados

Los antecedentes no son precisamente los propios de un gobierno empeñado en extender la cultura del libre comercio. A las actuaciones manifiestamente proteccionistas en el sector del acero o de la agricultura le ha sucedido un comportamiento en la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún (en este caso, con la activa complicidad de la UE) impropio de cualquier moderado partidario de la globalización que se supone han de defender las grandes economías. Invitaciones todas ellas a la introspección comercial, a la marginación del multilateralismo, a la que se le ha añadido ahora el abandono de la confianza en el funcionamiento de los mercados de divisas, y la consiguiente reclamación a chinos y japoneses para que dejen apreciar el tipo de cambio de sus monedas frente a la americana.

El abandono de la política de dólar fuerte, mantenida por la anterior Administración, y su recambio por una abierta disposición favorable a la depreciación del tipo de cambio, es el último de esos episodios que, de haber sido generados por algún país europeo, habrían suscitado todo tipo de admoniciones y censuras ideológicas.

Lo peor es que, además, esa cesión a las presiones de los empresarios manufactureros estadounidenses para reducir de cualquier forma la competitividad de los productos orientales, y muy particularmente de China, no es probable que depare los efectos deseados. Es cierto que desde mediada la pasada década las exportaciones chinas a EE UU se han más que triplicado, mientras que las ventas en dirección contraria han crecido de forma mucho más moderada, ampliando considerablemente el déficit comercial estadounidense con ese país. Es menos cierto, sin embargo, que eso haya sido gracias a la impermeabilidad a las importaciones de la economía china. En realidad, las importaciones chinas no han dejado de crecer; incluso han llegado a superar las que realiza una economía como la japonesa.

Ocurre, además, que una parte significativa de esas exportaciones chinas a EE UU las llevan a cabo empresas precisamente americanas, a las que se les ha dado todo tipo de facilidades para realizar inversiones directas en aquel país con el fin de aprovechar sus ventajas competitivas. Entre los 40 principales exportadores chinos, 10 son empresas estadounidenses.

Dada la mayoritaria composición de las reservas exteriores de China en bonos del Tesoro estadounidense, una revaluación excesiva del yuan no sólo atentaría contra la salud de algunas de las más internacionalizadas empresas americanas y de otros países industrializados ( y de sus bases de inversores), sino que dificultaría igualmente la financiación del abultadísimo déficit fiscal americano. Ello propiciaría una indeseable elevación de los tipos de interés de los bonos públicos, sobre los que, recuérdese, están referenciadas las hipotecas de los ciudadanos estadounidenses.

Razones hay, por tanto, para que al temor por esos ramalazos proteccionistas de la primera economía del mundo se añada el escepticismo sobre la eficacia para que la expansión en ciernes, además de duradera, sea verdaderamente global.

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