Posibilismo de Schröder
El canciller federal alemán se jugaba mucho ayer en el Bundestag, donde se votaba un nuevo paquete de medidas de la Agenda 2010 de recortes de su Estado de bienestar. Era obligada su ausencia del Consejo Europeo de Bruselas, que le permitió aprovecharla para subrayar su amistad con Francia con el gesto insólito de hacerse representar por el presidente francés. También era imprescindible para el canciller salir airoso de la votación, pues, como otras en el pasado, y quién sabe cuántas en el futuro, una derrota podía significar el final de su mandato, apenas un año después de haber logrado renovarlo con su coalición del Partido Socialdemócrata (SPD) y Los Verdes.
El canciller consiguió convencer a seis de sus socialdemócratas díscolos a última hora y venció ajustadamente, por 306 a 291 votos. Schröder necesitaba imperiosamente esta victoria, pues había puesto en juego su futuro político en la votación. Pero se trata de una victoria frágil, si no efímera. El texto de la reforma ha de pasar al Bundesrat, la segunda Cámara, que la fortalecida oposición conservadora controla sin fisuras y donde la mayoría de la CDU y la CSU impondrá serias modificaciones. Schröder ha apagado la revuelta en su partido, pero se ha alienado a una oposición conservadora que estuvo dispuesta a ayudarle en esta reforma. Los cambios patrocinados por el canciller y su partido socialdemócrata como receta inexcusable para sacar al país de su profundo marasmo nacen probablemente demasiado cansinos para generar efectos drásticos sobre una economía que, junto con la francesa, se ha convertido en el mayor enfermo de Europa.
Alemania necesita las reformas que en grandes líneas diseña el proyecto aprobado. En particular la del rígido mercado laboral, que perderá buena parte de su lustre histórico, y la de los impuestos, cuya rebaja es ampliamente bienvenida por los ciudadanos. La seguridad social y las pensiones serán revisadas a la baja. En cuestiones de empleo, de seguridad social y de sanidad, de liberalización en general hacia una sociedad más abierta, la gran locomotora europea se ha quedado muy por detrás de los otrora furgones de cola. Los males del país unificado afectan a todos los europeos y conjurarlos sólo es posible si los alemanes se liberan de los miedos en que llevan dos décadas atrapados. Las encuestas aseguran que nunca antes la sociedad alemana estuvo tan dispuesta a asumir un vuelco que la mayoría considera imprescindible para ajustarse a los nuevos tiempos.
Los estudios sociológicos señalan que los dirigentes alemanes han exagerado en los últimos años el supuesto temor de los ciudadanos a las reformas, para evitarse así el desgaste político inevitable derivado de un choque frontal con sus bases a propósito de lo que puede o no ser cambiado. Algo evidente en el caso socialdemócrata. Schröder probablemente sabe que las reformas cuya aprobación ha obtenido en primera instancia son las que, en términos realistas, puede hacer aprobar en un Parlamento en el que ve cómo se le disuelven poco a poco las lealtades.
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