La China espacial
La República Popular China ha lanzado con éxito su primer vuelo espacial tripulado. El entusiasmo oficial es perfectamente comprensible, aunque la irrupción como tercero en competición se produzca más de cuatro décadas después del primer vuelo tripulado, el del soviético Yuri Gagarin en 1961, y del estadounidense que le siguió un año después. En unos momentos en que Estados Unidos y Rusia -heredera de la potencia espacial que fue la URSS- tienen serios problemas con sus programas espaciales, marcados por las tragedias con los transbordadores de EE UU y crónicos problemas de financiación en ambos países, China irrumpe en la carrera con ambición y éxito.
Washington y Moscú colaboran desde hace tiempo en esta odisea del espacio, que ha perdido mucho atractivo en los últimos años. Gagarin y Armstrong cautivaron al mundo en su día. Hoy estos viajes han entrado en una cierta rutina y pocos los consideran noticia si no hay por medio una tragedia. Con China es distinto. El breve turismo espacial del cosmonauta Yang Liwei supone el ingreso en el distinguido club estratosférico de un país que hace pocas décadas era mero Tercer Mundo. Y que se perfila como una superpotencia mundial, quizá la única que en un futuro a medio plazo podrá rivalizar en este siglo con EE UU en influencia política, militar y tecnológica. Si todo el mundo puede aplaudir el gran progreso de China en este y otros ámbitos, también hay motivos de preocupación por lo que este mismo éxito ha vuelto a hacer patente: su secretismo y su carácter inequívocamente militar y, por tanto, amenazador.
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