California se transforma en el laboratorio electoral de EE UU
La victoria de Schwarzenegger puede tener consecuencias políticas para todo un país
Los votantes de California dieron el pasado martes algo más que una victoria a Arnold Schwarzenegger. Las elecciones, despachadas apresuradamente como una muestra de espectáculo circense, abren varios debates apasionantes sobre el comportamiento del electorado, la clase política tradicional y las campañas electorales.
Además, y ya en clave estadounidense, los resultados cuestionan las estrategias de los dos partidos a un año de las elecciones presidenciales. Para el Partido Republicano, se trata de un triunfo con repercusiones internas imprevistas. En un Estado claramente demócrata, donde Al Gore consiguió un millón más de votos que el presidente George W. Bush y hay sólo un 35% de votantes que se dicen conservadores, la suma de votos de los dos candidatos republicanos alcanzó el 62% el pasado martes.
Los republicanos moderados han salido del armario en el que les metió el 11-S
El resultado electoral es un aviso a los políticos que se apalancan en el cargo
Bush se las promete muy felices porque sueña con los 54 votos electorales de California y hará todo lo que esté en su mano para tener contentos a los californianos, de forma que éstos estén contentos con Arnold Schwarzenegger, para que éste pueda pedir los votos para Bush el 2 de noviembre de 2004.
Por esa razón, los republicanos moderados han salido del armario en el que les metió el 11 de septiembre para reivindicar la fórmula Schwarzenegger -fiscalmente conservador, pero socialmente moderado- como modelo que debe ser seguido: "Han sido los moderados y los independientes los que dieron los votos decisivos", aseguró Sarah Chamberlain Resnick, presidenta de Republican Main Street Partnership, nada más conocer los resultados. El grupo de cargos electos del republicanismo moderado "trabajará para garantizar que estos sectores electorales claves sigan votando republicano en futuras elecciones".
Pero este propósito choca de frente con la militancia más dura del partido, con la derecha cristiana que garantiza el apoyo del llamado cinturón bíblico -las dos Carolinas, Georgia, Tennessee, Arkansas, Misuri, Oklahoma y Kansas- a la Casa Blanca. Para ellos, la victoria de Schwarzenegger es una desgracia: su celebridad de Hollywood, sus escarceos sexuales, su defensa de los gays... En síntesis, la cuestión es: ¿Quién será la estrella de la Convención Republicana, Schwarzenegger o Ashcroft, el ultraconservador fiscal general de Bush?
Los demócratas están aún rascándose la cabeza y preguntándose qué fue mal en California: ¿Cómo es posible que el 20% de los que se declaran demócratas votara a Schwarzenegger? ¿Cómo el candidato del partido, Cruz Bustamante, pierde votos sindicales (a favor de un multimillonario), votos hispanos (¡si Bustamante lo es!) y votos de mujeres (tras las denuncias sobre el comportamiento del actor)? ¿Y qué diablos hace una Kennedy sacando las castañas del fuego a un republicano? La misma pregunta, con similar indignación, vale para militantes perplejos en ambos partidos.
Las respuestas son interesantes para los demócratas, pero también para los republicanos, cuando se les pasen los efectos del champán californiano.
El laboratorio político y social de California muestra una tendencia general: Schwarzenegger arrasó no tanto por razones políticas, sino porque era un símbolo: era el outsider que unos votantes ansiosos e irritados necesitaban para demostrar a los políticos profesionales que no son imprescindibles. "¡No es un político, no tiene ni idea de lo que hay que hacer!". La frase se usaba para atacarle durante la campaña, pero su efecto ha sido el opuesto: precisamente porque no es un político -ha razonado la mayoría- puede que nos haga más caso.
Si eso es cierto, es la razón por la que los dos aspirantes demócratas a la candidatura presidencial menos políticos, Howard Dean y Wesley Clark, ganan en los sondeos. Y si eso es cierto, lo que debe preocupar a Bush es que le ocurra lo que al gobernador Davis en California. En uno de los debates organizado esta semana en Estados Unidos, Thomas Mann, de la Brookings Institution, lo expresó así: "El resultado electoral es la expresión del mal genio público debido a problemas económicos contra los que están en el poder, contra el sistema; y si eso se aplica al Gobierno nacional, quiere decir que este sentimiento no va a jugar a su favor, como sí lo ha hecho en California".
California es un arriesgado experimento sobre el desbloqueo, mediante elecciones extraordinarias, de situaciones estancadas; pone de manifiesto tanto la polarización de los equipos dirigentes de los partidos como la tendencia de los votantes a superar las trincheras partidistas; y revela el éxito de fórmulas de campaña con calendarios muy cortos y candidatos muy conocidos para los que no es un déficit, sino un plus, la falta de experiencia política, y que son capaces, sin sufrir penalizaciones, de evitar los debates, de dar respuestas simples a problemas complejos y de aprovechar su fama para que el votante se identifique con ellos.
Y California es un aviso, como ocurrió en las legislativas de 1994, a los políticos que se apalancan en el cargo; es el reflejo del votante ansioso y enfadado, como señaló en el debate de la Brookings Bruce Cain, de la Universidad californiana de Berkeley: "En los hábitos de consumo nos hemos acostumbrado a tener muchas opciones, a cambiar de canal o de producto cuando no nos gusta lo que hay, y creo que hay una impaciencia creciente, con un sistema de partidos y unas elecciones de calendario que no se ajustan al modelo al que nos hemos habituado".
¿Schwarzenegger es una excepción californiana o un modelo californiano? Para saberlo hace falta tiempo: hay que saber cómo va a gobernar; es necesario observar si se reproduce en las primarias el fenómeno del votante impaciente y hay que esperar a que los partidos hagan la digestión de lo ocurrido.
Pero algunas cosas han cambiado después de California; para bien, en opinión de Ted Costa, el motor de la recogida de firmas para las elecciones, que cree que "cientos de miles de personas se han implicado directamente en el intento de solución de sus problemas"; para mal, según Frank Rich, que escribe en The New York Times que tanto la campaña como las elecciones "han sido divertidas, instructivas, caras, incansablemente pregonadas por la televisión, con una figura de acción animada por ordenador. Y desencadenarán una cadena de consecuencias imprevistas cuyo sentido completo sólo podrá entenderse en el futuro".
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