El penúltimo médico humanista
Con unas 10.000 operaciones, Ramón Trullenque se jubilará tras presidir la reunión nacional de cirugía
Lleva 40 años bisturí en mano, entrando y saliendo de los quirófanos, donde ha realizado unas 100.000 operaciones de cirugía general. Además, ya cumplió 30 cursos en la Universidad de Valencia, hablando, enseñando (y dice que aprendiendo), y siempre recomendando al alumnado que primero hay que leer a los filósofos, para construirse como personas: "Alguien que sólo sabe medicina no sabe nada".
Ramón Trullenque se siente orgulloso de ser de Carlet y ha heredado esta forma de ver la vida y su profesión de una tradición familiar en la que abundaron los médicos "de pueblo", como su padre. El abuelo fue farmacéutico y biólogo, un erudito al estilo principios del siglo XX que divulgaba a Darwin y que regaló al pueblo un museo ahora perdido. Su padre, 12 años represaliado después de la guerra, mantuvo una estrecha amistad con Josep Pla y con Joan Fuster, contacto que el hijo mantendría hasta el final, en una afinidad más allá de lo personal: compartir el amor por la lengua nativa le ha llevado a escribir el primer libro de texto de su especialidad en valenciano. Se llama Cirugia Abdominal y también se estudia en las universidades catalanas.
"Los médicos de cabecera hacían una medicina útil, barata y eficaz"
"Lloraremos toda la vida el haber perdido a los médicos de cabecera, que hacían una medicina útil, barata y eficaz. Cierto que había que modernizarla, dotarla de recursos, pero su evolución no ha sido del todo positiva, aunque es muy difícil señalar culpables. Quizá lo seamos un poco todos: Administración, profesionales y sociedad. Ahora tenemos una medicina tecnificada, poco humanizada y de mucho consumo, cuyo ejercicio no puede satisfacer a quienes de verdad nos gusta la profesión como medio de vida -nunca para enriquecernos- porque queremos ayudar, ser útiles, y que se nos reconozca. Por eso hay esta crisis de vocaciones en Europa, que acabará llegándonos, y por eso muchos se escapan de la rutina de vez en cuando y se van a operar por el mundo, colaborando con ONGs".
Ramón Trullenque empezó a ejercer en el antiguo Hospital Sanjurjo (hoy Peset) pero desde 1965 lleva acudiendo cada día al General, cuando todavía era Provincial y hospital de pobres. Su larga experiencia como adjunto y jefe de servicio le ayuda a valorar que las cosas han cambiado para bien, como demuestra que en un siglo la esperanza de vida de la población haya pasado de poco más de 30 años hasta los 80 actuales.
Ejerce una especialidad dura, difícil, que exige mucho, y asegura que tanto la cirugía como la medicina generales han perdido el prestigio en favor de otros campos más cómodos y que necesitan menos esfuerzo, como la radiología o la anestesia, solicitados ahora por quienes obtienen mejores notas en los exámenes de MIR.
"Nos dejamos deslumbrar por la técnica, pero hay que pensar, tomar decisiones, y eso es difícil si no tienes ese espíritu universitario que consiste en hacerse preguntas permanentemente. Si no dudas, te equivocas, y lo importante es curar al enfermo. El mejor cirujano es el que resuelve un asunto sin operar. Hay que hablar mucho con el paciente, convencerle de que estás de su parte y luchando por él. Nunca con mentiras, pero diciéndole sólo hasta donde quiere saber (hay bastante psicología en esto). El problema es que la gente no tiene conciencia de la falibilidad de la cirugía y la medicina, piensa que todo tiene arreglo".
Las operaciones más difíciles, dice, son las que ha tenido que hacer sin siquiera haberlas visto antes. Porque hacer de ayudante ya proporciona una práctica, aunque sólo sea por repetir lo que antes ha hecho otra persona. "También", añade, "se pasa un mal trago cuando te conviertes en jefe y ante una duda en el quirófano ves que detrás de ti ya no hay nadie a quien consultar, en quien escudarte".
Radicalmente contrario a la medicina defensiva (la "anti-medicina", la llama) que está empezando a llegar de América, donde las demandas judiciales abundan más que los catarros, Trullenque defiende a capa y espada el sistema público de salud, pero no deja de encontrarle muchos defectos. "La sociedad ha de tener un sentido de la responsabilidad y evitar por ejemplo el abuso de las urgencias, el derroche farmacéutico... Falta mucha educación sanitaria. Por parte de la Administración se han de mejorar los medios y apoyar la investigación, hay que implantar la carrera profesional que estimule a los médicos... Otra cosa: es inconcebible que los hospitales cierren a las tres, y menos habiendo listas de espera, y deberíamos abrirlos aún más a la enseñanza. Es preciso conseguir un aumento de la productividad de los profesionales. Ni precariedad, ni sueldo garantizado aunque no den ni golpe. No puede ser que algunos trabajen diez veces más que otros. En cuanto a la tecnología, es tan cara que deberíamos plantearnos si un pequeño avance en ese terreno compensa el esfuerzo económico, al que quizá se sacaría más provecho reforzando otros aspectos de la prevención y asistencia".
Una de sus últimas preocupaciones profesionales es el gran aumento de las operaciones de obesidad que se están haciendo ("cada semana he tenido dos o tres"), que atribuye a una falta de educación sanitaria desde la infancia.
La despedida del penúltimo médico humanista tendrá lugar tras haber organizado la Reunión Nacional de Cirugía que se celebra en Valencia esta misma semana.
"He querido dejar la cirugía antes de que ella me deje a mí. Y me he matriculado en primero de Historia, con la gente joven". El 1 de noviembre nuestro páncreas perderá a Ramón Trullenque, que vuelve a las aulas, en plenas facultades, acompañado por sus queridos libros, sus filósofos, y montado en su bicicleta de montaña.
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