Raíz de un tiempo en sombra
Asistimos a una decidida recuperación de José Luis Hidalgo, uno de los poetas más personales de la primera posguerra. A las Poesías completas, editadas por González Fuentes, y a la edición de Julia Uceda de Los muertos, se añade ahora esta antología. Cierto es que la muerte temprana de un poeta suele alentar la mitificación de su vida y de su obra. Si, además, se trata de un poeta que mantuvo cierta distancia con los impulsos estéticos dominantes de su época y que escribió buena parte de sus poemas a la sombra de la muerte, a la mitificación se añade la punta de misterio que otorga la premonición. José Luis Hidalgo (Torres, Cantabria, 1919-Madrid, 1947) formó parte de la "quinta del 42" y se enfrentó a la doble tendencia garcilasismo/entrañamiento familiar que caracterizó a la poesía oficial de la posguerra. Sin conectar con la poesía social, su poética fue evolucionando, en el limitado espacio de un lustro, desde la empatía con el surrealismo y la vanguardia hacia una lírica existencial.
RAÍZ (1944-1947)
José Luis Hidalgo.
Edición de Ángel L. Prieto de Paula
Huerga & Fierro
Madrid, 2003
142 páginas. 12,50 euros
Si Raíz (1944), su primer libro y el que da título a esta antología, fue un precipitado de aprendizajes y lecturas (desde Juan Ramón hasta Gerardo Diego creacionista pasando por la contención de Guillén o la exhuberancia surreal de Aleixandre o Alberti), casi todas asimiladas a finales de la década de los treinta, con el brevísimo Los animales (1945) logró una equilibrada síntesis entre parte de su experiencia estética inicial, la más teñida de irracionalismo, y las preocupaciones existenciales que vendrían después, es decir: entre lo "importado" y la voz propia. Fue en Los muertos (1947), su último y póstumo libro, aparecido en el mismo año en que se publican Tierra sin nosotros, de José Hierro, y Tranquilamente hablando, de Gabriel Celaya, donde puso de relieve un mundo propio, singular, reconocible. Desde una visión fatalista de la vida y frente a una realidad que el poeta traslada a sus poemas como un claroscuro, surcada de indicios y premoniciones de muerte, de apelaciones a un Dios en el que cree sólo de manera muy condicionada, Hidalgo nos transmite, en Los muertos, su angustia existencial mediante un verbo rico y complejo aunque utilice una expresión más transparente y directa que en sus libros anteriores. Su religiosidad -cercana a la de Dámaso Alonso y, más en segundo plano, a la unamuniana- tiene parentescos con las apelaciones del primer Blas de Otero: "Oh Dios. Estoy hablando / solo. Arañando sombras para verte", escribió el bilbaíno; "Déjame que, tendido en esta noche, /avance, como un río entre la niebla / hasta llegar a Ti, Dios de los hombres", escribió Hidalgo. La poesía de Hidalgo, pese a su indudable entidad, tiene, incluso en su último y más maduro libro, algo de poesía en formación, de proyecto inacabado, lo cual no es sólo achacable al hecho de que muriera con 27 años. Ese aire de provisionalidad tiene también algo de reflejo de una época confusa y dolorosa. La memoria inmediata de la Guerra Civil, la desolación de la posguerra, las limitaciones culturales de la época, son factores que están presentes en la poesía de Hidalgo. Y son, también, factores que condicionan los altibajos que presenta el conjunto de su obra. Es por ello de agradecer una antología como Raíz (1944-1947). Probablemente, no recoja, en su totalidad, la mejor poesía de Hidalgo. Pero los poemas seleccionados (incluso los del último apartado, los no publicados en libro) están, sin duda, entre los imprescindibles.
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