Akelarre
Empate, dijo al parecer el caballero Atutxa tras el cruce dialéctico entre los diputados de Batasuna y los del PP en el Parlamento. Algo escuché de la diatriba batasuna, algo que me llevó a exclamar, ¡esto es el infierno!, y a cerrar las antenas. Nada oí de lo que dijeron los populares, aunque dudo mucho de que pudiera ser equiparable. Pero eso, la imparcialidad del juicio era lo de menos para el señor Atutxa, quien con esa sola palabra -"empate"- y sin mayores esfuerzos alcanzaba otros objetivos mucho más apetecibles. Conseguía, en primer lugar, la puesta en escena de una polarización ficticia e injusta: la de los dos extremos equiparables, que serían el PP y Batasuna. El rebote de esa escenificación le resultaba además muy sabroso tras incumplir una decisión del Supremo que le impedía otorgar, como sí hizo, la palabra a los batasunos. ¡Qué hay de malo en ello!, podría haber exclamado: ¡si en nada se diferencian en su actitud del partido que nos gobierna desde Madrid! Y como conclusión que culminara el efecto dramático de su empate, aún podría haber lanzado un guiño a la ciudadanía para darnos a entender el verdadero mensaje de su gesto: su distancia, y la de su partido, respecto a ambos polos y su legitimidad para tratarlos por igual.
Es de lo que se trata en el terreno estratégico de la política vasca, de ocupar un lugar. De ocupar, sobre todo, un lugar escénico, en el que parece querer fundarse la legitimidad de la actuación política. Fundamos lugares y descalificamos lugares, en una ceremonia de la confusión que busca siempre eludir el contenido de las propuestas y su discusión. Entre nosotros, el lugar es el mensaje. Hablamos de extremos y de distancias, y todo nuestro juego político se centra en una trama de ubicaciones. La corrección del discurso estriba en que se esté en el lugar adecuado, y esto sólo se consigue en realidad descolocando a los demás y ubicándolos en el lugar incorrecto. Fue eso, y no otra cosa, lo que pretendió Atutxa con su dictamen: definir los extremos, los dos polos del mal, y ponerse a salvo. Otros, por eso mismo, lo acusarán de equidistancia, porque para ellos el mal no tiene dos polos, sino sólo uno, siendo el otro el del bien. Y en esas andamos, en ese juego de la oca simplificado.
Lo que acabo de exponer parece estúpido, y lo es, pero no irrelevante. El mayor argumento que se está utilizando contra el plan Ibarretxe consiste en decir que es el plan de ETA, o sea, en emplazarlo en el extremo maligno. Por otra parte, desde el nacionalismo se trata de ubicar el plan, de lo que se espera tanta o mayor rentabilidad para éste como de su contenido. Su virtud y eficacia residen en el lugar estratégico en que se lo sitúe. Conviene emplazarlo fuera de los extremos, pues es ahí donde reside el bien, pero para ello conviene antes fijar los extremos y definirlos. Hay que dejar bien claro que esos dos extremos existen y que son perniciosos, igualmente perniciosos. Una vez establecida esa equivalencia, conviene también dejar muy claro que in medio virtus, y que sólo desde el medio se puede superar el negativo enfrentamiento de los contrarios y se está capacitado, por el bien de la comunidad, para tratar con ambas partes. El empate de Atutxa consigue todos esos objetivos y pretende legitimar el fundamental: se puede hablar con Batasuna, una vez reducida su negatividad a la misma que la del Gobierno español.
Estamos asistiendo a un auténtico akelarre nacionalista y también esto conviene dejarlo muy claro. Al margen de las actuales ubicaciones estratégicas, se está construyendo un lugar de verdad, la alternativa nacionalista, y esa operación no va a estar exenta de efervescencias. Y lo que está ocurriendo -el plan- afecta a ese mundo, es un proyecto de y para ese mundo y tendremos que estar a la espera de lo que resulte de todo ello. De lo que suceda en los diversos pulsos que se están concitando en torno al plan, y de sus resultados: renovación del Euskadi Buru Batzar y reto de ETA al nacionalismo institucional -Ertzaintza, EITB, mundo empresarial, etc.-. A los demás no nos queda sino reafirmar igualmente nuestras posiciones, hacer constar que ese plan no es el nuestro y esperar a que el akelarre se resuelva. Pueda ser que acabe en agua de borrajas, ahogado en las heces del gran cabrón. O bien pueda ser que consiga ordenar ese mundo, el nacionalista, y acabar con su fracción violenta. Sólo en este segundo supuesto, clarificadas de una vez todas las ubicaciones, podríamos empezar a discutir.
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