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Reportaje:REPORTAJE

El polaco que nunca existió

Treinta años después las sospechas se han confirmado: Heinz Chez no era nadie. Un grupo de periodistas valencianos, agrupados en la productora Malvarrosa, ultiman una película sobre el penúltimo agarrotado por el franquismo. Sus investigaciones han conseguido reducir definitivamente a Chez a su condición de símbolo. A cambio han devuelto la dignidad humana a Georg M. W. -los periodistas prefieren desvelar todas las letras de sus apellidos con el estreno de la película-, un hombre nacido, en 1944, en la antigua República Democrática Alemana, al que un crimen propio y el crimen de dos dictaduras le llevaron a participar como telonero, el 2 de marzo de 1974, en la ceremonia de ajusticiamiento del militante anarquista catalán Salvador Puig Antich.

De la lectura de la ficha de la policía política Stasi se infiere que Georg M. W. era un pobre desequilibrado, incapaz de reconocerse en el régimen comunista

La de Chez era la única tumba anónima en esta tragedia del último franquismo. Tenía nombre la de Puig Antich, un joven militante anarquista catalán. También la del policía Francisco Anguas Barragán, víctima de la sangrienta pelea que mantuvo con el anarquista en una esquina del Ensanche barcelonés. Y tenía nombre igualmente la de Antonio Torralbo Moral, el guardia civil al que Chez asesinó. El cadáver de Chez, por el contrario, fue enterrado sin más detalle en la fosa común del cementerio de Tarragona. Sobre él habían distribuido las autoridades algunos calificativos: polaco, apátrida, vagabundo. Tres años después de su ejecución, en 1977, Els Joglars apuntalaron la nada y organizaron magistralmente la metáfora: Heinz Chez fue el protagonista de La Torna. Torna: en catalán, la porción sin identidad definida que se añade a una mercancía para que dé un peso redondo.

La mercancía era Salvador Puig Antich. Puig Antich, miembro del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), atracaba bancos con voluntad política. Pero las autoridades franquistas insistieron en que sólo era un delincuente y un asesino de policías. Para cargarse de razón eligieron a otro como él y le dieron garrote. ¡Ésta es la pareja suerte que corren los asesinos en la España de Franco!, proclamaron. Sólo es paradójico en apariencia que quien acabara de formalizar la identidad estrictamente delincuente de Puig Antich fuera alguien sin identidad. Fuera Heinz Chez. Nada. Pero ésta era, precisamente, la condición necesaria de la torna. El mismo día que ejecutaron a los dos, indultaron al guardia civil Antonio Franco, que había matado un año antes a su capitán, y que debía morir con ellos. Demasiada identidad. Sobrepeso.

Los rasgos de la nada, vagamente apátrida y polaca, los había facilitado el propio Chez cuando lo detuvieron, a las pocas horas de haber asesinado al guardia civil Torralbo con una escopeta robada en un cámping de L'Hospitalet de l'Infant, pueblo cercano a Tarragona. "Me llamo Heinz Chez, y soy apátrida, aunque nací en 1939 en Sczectin, una ciudad polaca. Soy huérfano, me he criado en un circo y vagabundeo desde hace años por Europa". Incluso la fisonomía de la propia ciudad de Sczectin era ambigua: una ciudad polaca, luego alemana, finalmente polaca. La orfandad y la infancia circense eran casi un topoi, el lugar común de tantos relatos sentimentales. Fue, precisamente, la supuesta infancia en el circo la que convirtió al Chez de La Torna en tititero, uno de los pocos oficios honrados que puede ejercer un hombre, según ha pensado siempre Boadella.

Tal vez no se sepa nunca por qué Georg M. W. facilitó el trabajo y las miserables operaciones comerciales de las autoridades franquistas construyendo con el Heinz de un abuelo y el Ches de la madre su propia nada fatal. Pero los que decidieron su ejecución sí conocían su identidad. En el sumario del caso figura un informe de la Interpol donde constan los datos de la identidad real del agarrotado. De ellos partieron los periodistas de Malvarrosa para reconstruir parte del mundo de Georg M. W. El documental, cuya fase de rodaje se está acabando, muestra el testimonio de la madre, los hermanos, la que fue su mujer y sus tres hijos. Heinz Chez se desvanece en brazos de todos ellos.

Cruzar el muro

George M. W. creció sin padre, alternando la casa de la madre, pobre y frágil, con diversas temporadas en orfelinatos. De su juventud queda un rastro dominante: su empecinada tentativa de cruzar el muro y huir de la República Democrática Alemana. Dos veces lo intentó y otras dos fue a la cárcel. Los archivos de la Stasi, la policía política del régimen comunista, conservan la ficha de sus actividades. De su lectura se infiere que Georg M. W. era un caso perdido, un pobre desequilibrado incapaz de reconocerse (y reconocer el porvenir del hombre nuevo) en el comunismo.

No consta que su desarraigo se tradujera en una militancia política concreta y clandestina. La cara de la libertad no la veía en los libros, Ni en las ideologías. La cara de la libertad se parecía extraodinariamente a la de su primo, un periodista que vivía al otro lado del muro, en Colonia. Gastaba bien, usaba buenos coches y ligaba con hermosas mujeres. George M. W. quería ser ese periodista. Cuando en 1972, con 28 años, consiguió finalmente atravesar el muro, dejando mujer e hijos, buscó a su primo. Lo encontró, pero es probable que algo no fuera bien. Siguió su camino. Dejó huellas en Bélgica y en otros lugares. El último se pierde en Bonn, hacia septiembre. La policía lo detuvo por conducir sin permiso y borracho.

Es probable que el 12 de diciembre de 1972 George M. W. atravesara la frontera española. Los sellos del pasaporte falso que utilizaba a nombre de Klauss Hermann Rudolf Sackmann indican que alguien hizo eso el 12. Un día después algunos testigos recordaron haberlo visto en un bar del puerto de Barcelona, vestido con un chaquetón de ante de color marrón y una medalla al cuello con la efigie de Napoleón Bonaparte. Los testigos también recordaron que había disparado, sin motivo aparente, al guardia civil Jesús Martínez Díaz, al que hirió de gravedad.

Él negó siempre haber estado alguna vez en Barcelona, los disparos y el bar del puerto. Por el contrario, sí confesó que la tarde del 19 de diciembre apareció en el bar del cámping Cala d'Oques, de L'Hospitalet de l'Infant, con un arma de caza robada. El propietario, un holandés llamado Van der Meulen, le preguntó por el arma y también por el correspondiente permiso. Georg M. W. dijo que había salido de caza y que todo estaba en regla. El holandés se tranquilizó y le explicó que las autoridades españolas eran muy estrictas en lo correspondiente a las armas. Georg M. W tomó un café o dos. Hasta que entró en el bar el guardia civil Torralbo. Fue entonces cuando le disparó dos tiros y lo mató. Respecto al por qué, sólo dijo que se asustó por la entrada del guardia civil. Y añadió que no tenía intención de matarlo. Al amanecer del día siguiente una pareja de la Guardia Civil lo detuvo en la estación de tren de Ametlla de Mar, cercana al lugar del crimen. Llevaba el arma de Torralbo.

El último parchís

Durante los 14 meses que pasaron hasta su ajusticiamiento, no dejó de ser Heinz Chez. Es verdad que algún día habló de que no tenía a nadie y que si lo tuviera tampoco importaría. Tampoco se sabe que ningún familiar o amigo, en ese tiempo, lo reclamara. De sus progresos en la cárcel se destaca que aprendió español. De su salud mental, todos los peritajes psicológicos indicaron que era buena. En cuanto a su última noche, se cree que jugó al parchís con los curas -le pusieron uno católico y otro evangélico para asegurar en cualquier caso la ruta correcta de su alma-, y alguien incluye en el relato que se apostó durante el parchís algunas copillas de vino. De la ceremonia del ajusticiamiento se conoce algo más. Los datos los facilitó el periodista Francisco Gil Chaparro cuando en 1997 entrevistó a un oficial de la Audiencia de Sevilla al que el verdugo -un trianero- de George M. W. había dado ciertos detalles técnicos. "Pasé un poco de apuro", le había contado al oficial el verdugo, "porque, al poner el garrote, la víctima tenía el cuello muy pequeño, y al darle con el tornillo no se abrazaba con la anilla delantera". Tuvo que quitar el garrote, liarle con una cuerda un trozo del saco donde llevaba el aparato para hacerle un ajuste, "para que llegara al cuello".

Los periodistas de Malvarrosa tienen previsto traer este invierno a España a la familia de George M. W. Ellos ya sabían de qué modo había muerto. Poco después del final, el primo de Colonia se topó con la foto del ajusticiado, y bajo el burdo tiznado periodístico-policial reconoció al muchacho que huía del muro. Este invierno tal vez la familia siga el rastro de la muerte hasta la fosa común. Y tal vez fuera sobriamente humano que se encontrara allí con los familiares de Antonio Torralbo. También para cerrar el duelo del guardia civil faltaba un nombre.

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