Una Alejandría mental
Justine fue la primera en publicarse de las cuatro novelas que compondrán El cuarteto de Alejandría (The Alexandria quartet), considerado globalmente como la obra cumbre de Lawrence Durrell, uno de esos británicos tan típicos que vivió muy pocos años en Gran Bretaña. Hijo de un ingeniero inglés afincado en India -británica, entonces-, Lawrence, el mayor de sus hermanos, nació en 1912 y vivió en India hasta los 12 años, en que su familia lo mandó a estudiar a Inglaterra. En 1935, esa familia (en la que ya faltaba el padre) se trasladó a la isla griega de Corfú, donde nació o se afirmó el amor de Durrell por el mundo mediterráneo, y por sus resonancias clásicas, pero también orientales. El Mediterráneo -recordémoslo- tiene varias orillas. (Por cierto que esos años en Corfú, bien que contados a su manera, son el tema del más famoso de los libros del otro Durrell, Gerald, hermano pequeño de Lawrence: Mi familia y otros animales, publicado en 1956). Lawrence Durrell -Larry, como era habitualmente conocido- fue gran amigo y defensor de Henry Miller, con el que se carteó durante muchos años y al cual, de algún modo, arrastró a Grecia. Si entonces El coloso de Marussi debe algo a Durrell, el primer libro de éste, de 1938, y publicado en París porque no lo aceptaba ninguna editorial inglesa, The black book (El libro negro) debe algo a Miller.
¿He querido, hasta aquí, insinuar que Justine no puede leerse sin conocer los otros tres tomos de El cuarteto? En absoluto. Primero porque son novelas autónomas, diversos puntos de vista sobre el mismo mundo y los mismos temas, y sobre todo ello porque Justine fue la primera de las cuatro. Justine es autónoma porque en ella está ya todo el universo de El cuarteto, aunque no deje de ser verdad también -no debe ocultarse- que el espesor y la pluralidad, el estilo de obra abierta (personajes más o menos subrayados, voces varias, hechos que se repiten o se niegan), todo ese mundo ondulante de puntos de vista se comprende en su amplitud leyendo el conjunto. Pero sus ejes semánticos están perfectamente en Justine. El clima mestizo y sensual de la ciudad, los cruces de pasiones, y un mundo que oscila entre lo brillante, lo mundano y lo secreto: el narrador, L. G. Darley, un profesor inglés que llega a Alejandría desde Grecia. Melissa, la griega, danseuse. Justine (casada con el copto Nessim), mujer atractiva, de alta posición y clara fuerza. Mountolive, el embajador. El atormentado e inteligente Pursewarden, que trabaja para el Servicio Británico de Inteligencia. Clea, la artista. Y tantos más... Primero los juegos, las dudas, las seducciones de Darley -quizá un álter ego de Durrell- entre Justine y Melissa, dos opuestos femeninos. Y la misma ciudad como enclave de la mente y del sexo. "Aquí nuestros cuerpos quedaban desollados por los vientos rigurosos y secos de los desiertos de África, y nos veíamos obligados a sustituir el amor por una ternura mental más sabia pero más cruel que, lejos de expurgar la soledad, la exacerbaba". Define Justine. El libro es, desde luego, un tratado del complicado amor, pero también un tratado sobre el mito vivo de una ciudad que siempre titubeó, sin optar, entre el cuerpo y el espíritu...
Como es lógico, Durrell quiso repetir el éxito -el clima, el perfume- de El cuarteto, en su último gran proyecto, El quinteto de Aviñón (1974-1985), que, a mi entender, queda lejos de Justine y compañía. Lawrence -Larry- Durrell, aunque decía que su lugar favorito del mundo era un rincón marino de la isla de Corfú, vivió sus últimos años en Sommières, en la Provenza francesa, donde murió el 7 de noviembre de 1990. Justine es el inicio del último bloque en la construcción de un mito tan antiguo como moderno: lo que quiere decir Alejandría.
Babelia
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