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Columna
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¿Camps contra Zaplana?

Recuerdo cuando tras las elecciones de 1986 Pilar Miró sustituyó a José María Calviño al frente de RTVE. La directora general nombrada a propuesta del PSOE laminó a todo el equipo de su predecesor, también designado por los socialistas, y compuesto por magníficos profesionales: Enric Sopena, José Antonio Martínez Soler, Manuel Campo Vidal, Xavier Vidal-Folch... Uno de los damnificados por aquella limpieza étnica llegó a comentar: "Si hubiera ganado la derecha, seguro que no habría hecho una purga tan salvaje".

Y es que, como dice el refrán, no hay peor cuña que la de la misma madera. Animados por ese aforismo, muchos analistas ven ahora, o creen ver, un ajuste de cuentas del presidente de la Generalitat, Francisco Camps, con su predecesor y valedor, Eduardo Zaplana. Con ese objetivo en mente, interpretan declaraciones, descifran gestos, analizan actuaciones... En primer lugar, comprueban que existen diferencias de actitud o de talante entre el grupo parlamentario del PP y el ejecutivo emanado del mismo partido. Y, claro, no se equivocan. Eso mismo, sin explicitarlo públicamente, ya previó en su día que podría suceder el hoy ministro de Trabajo y portavoz del Gobierno de Madrid: "La lista electoral será elaborada por mí, en la parte que me corresponda como presidente del partido, y el Consell, en cambio, será designado libremente por Paco Camps", dijo en los círculos en los que correspondía hacerlo. Y nadie abrió la boca entonces opinando que hubiera en ello contradicción alguna.

Una cosa es que haya diferencias y otra muy distinta que existan antagonismos. ¿No ha variado Izquierda Unida bajo la batuta sucesiva de Gerardo Iglesias, Julio Anguita y Gaspar Llamazares? ¿Hubiese sido lo mismo el PSOE de haberse mantenido a su frente Josep Borrell o de haber ganado el último congreso Pepe Bono en vez de estar dirigido hoy día por Rodríguez Zapatero? Y, para concluir: ¿será igual el Gobierno de Mariano Rajoy, caso de alcanzar la presidencia, que los distintos gabinetes de José María Aznar?

Partiendo de la obviedad de las diferencias, lo que más une hoy día a los miembros del PP valenciano es, no sólo un proyecto común, como gustan ellos de presumir, sino también el compartir un poder que les permite transformar los deseos en realidad, la potencia en acto, que decía el filósofo clásico. Por ausencia de ese poder real y efectivo, en cambio, existen más contradicciones, enfrentamientos y luchas intestinas en el PSPV-PSOE que el bueno de Joan Ignasi Pla trata de pilotar como puede o como le dejan.

Dicho eso, evidentemente que Camps no es Zaplana. Lo ha demostrado en su talante, en la composición de su Gabinete, en el estilo más distante y menos personalista de ejercer el poder. Y hasta en el establecimiento de nuevas prioridades de gobierno: lengua, valores tradicionales, reordenación del gasto público..., muy diferentes, sin duda, de los de su predecesor. La existencia de un proyecto común no excluye las diferentes modulaciones en su aplicación, como se ve; pero sí exige, en cambio, la coherencia y la complementariedad de las mismas y no un inexistente ajuste de cuentas que haría las delicias de una oposición que vería realizado por otros su trabajo sin tener que sudar ella la camiseta.

Éste es el peligro de determinados silencios y de algunas omisiones desde el poder que pueden dar pábulo a aparentes contradicciones que están más en la mirada de los observadores que en la realidad. En buena política de ganadores, eso debe evitarlo el PP, al menos hasta las elecciones generales del 2004, cuyas listas electorales en la Comunidad Valenciana serán hechas, con toda lógica y razón, por el ministro Zaplana. Después, ja ho veurem. Luego, de ganar Mariano Rajoy, como parece previsible, Francisco Camps tendrá todo el derecho del mundo de exigirle la modificación del Estatut, las transferencias financieras a las autonomías aún pendientes, el cumplimiento de los plazos en las infraestructuras y la financiación de aquellos proyectos que trascienden de lo estrictamente valenciano.

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Entonces, también, el presidente Camps deberá pechar con diferentes prioridades en nuestro gasto público, sobre todo en temas de cultura, sanidad y nuevas tecnologías. Entonces se verá si pone más el énfasis en la tradición o en la modernidad. Entonces, por fin, Camps será totalmente Camps y los agoreros podrán comprobar si conjuga el verbo gobernar desde, con, sin, ante, contra o según Zaplana. Hasta entonces, aquí, poco de nada o, en todo caso, menos de lo que algunos legítimamente querrían que sucediese.

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