La palabra democrática
Es de temer que todo acercamiento a un filme como La pelota vasca no pueda dejar de tener en cuenta algunas cuestiones previas. Una, fundamental, es el conflicto mismo que el filme aborda, y al que, con una humildad no del todo comprendida a la luz de los ríos de tinta que la película ha provocado, Julio Medem suma su propio filme como objeto de discusión, de controversia. Otra, unida a la anterior, que fue el propio director, en su deseo de clarificar de buen principio qué perseguía con su intento, quien cargó las armas de quienes le atacaron, a él e indirectamente también a su película: no se puede pretender, y por eso se habla hace tantos años en el conflicto político de posiciones irreconciliables, que con sólo una película, por muy notable y necesaria que sea (y La pelota vasca lo es: una excelente muestra de documental de autor, de interrogación abierta), se van a resolver todos los problemas: muchas de las críticas que ha recibido el filme tras su pase en San Sebastián parecen pedirle al director una amplitud de diagnóstico, una clarividencia que no ya Medem, sino nadie es capaz de articular para dejar a todo el mundo contento.
LA PELOTA VASCA
Dirección: Julio Medem. Intérpretes: testimonios de 70 entrevistados. Género: documental sociopolítico. España, 2003. Duración: 110 minutos.
Nace La pelota vasca pues con el manifiesto deseo de dar voz a todas las posiciones enfrentadas alrededor de la cuestión vasca. Algunas no están, y es triste, pero es así: las razones se han aireado tan abundantemente en estos días como para volver aquí sobre ellas. Y se trata de juzgar lo que está, la manera cómo el director ha organizado el material de que disponía, con qué intención, con qué herramientas.
Porque lo cierto es que el filme articula un discurso claro y nítido: el que quienes creen que no se puede criminalizar al conjunto del nacionalismo democrático vasco por la violencia de un sector terrorista, intransigente y asesino, más anclado en el siglo XIX que en el presente (¡qué ilustrativa es, en este sentido, la postura de Arnaldo Otegi sobre Internet y los montes patrios!).
Este lícito deseo de echar un capote al nacionalismo democrático juega a Medem, empero, alguna mala pasada: no se puede obviar, como hace el filme, que el PNV firmó un pacto antiterrorista, el de Ajuria Enea, que articuló su discurso político y su entente con el PSOE durante muchos años; o silenciar luego que el Pacto de Lizarra nace de una negociación explícita del PNV con ETA. Pero más allá de esto, lo cierto es que el planteamiento cinematográfico de Medem resulta impecable: con un montaje de impresionante eficacia, creador de un ritmo endiablado que mantiene siempre la atención; una ejemplar utilización de la banda sonora, de Mikel Laboa, espléndidamente empleada para resaltar los aspectos más dramáticos de lo narrado, y una hábil ordenación por bloques temáticos que refuerzan la claridad de las exposiciones, La pelota vasca es un brillante ejercicio cinematográfico y un puente abierto hacia el mundo anterior de su realizador. No cuesta trabajo afirmar que el filme es al cine documental lo que Vacas fue al de ficción: una manera de interrogarse sobre diversos aspectos -el folclore, el atavismo, las raíces de la violencia- que están en la base de su universo creador.
Y se puede estar o no de acuerdo con su diagnóstico. Pero nadie puede negar que Medem no oculta lo que piensa; que concede la voz de apertura, y también la de clausura, a un Bernardo Atxaga que centra muy bien dónde se está, y dónde algunos, el director entre ellos, querrían estar. Y que, en ocasiones, su racionalidad le puede incluso al sentimentalismo protonacionalista que algunos le achacan: ¿o acaso es una casualidad que sea Antonio Elorza quien zanje las diatribas nacionalistas sobre la organización histórica del pueblo vasco, afirmando que no se debe confundir mito con historia? Y a la postre, lo que hay que recordar de La pelota vasca, en tiempos en que tan necesario es resaltar lo obvio, es que su mera existencia debe ser bienvenida: para discutir, para pelearse con ella. Para que se produzca, al cabo, la democrática utilización de la palabra.
Babelia
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