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Reportaje:

Aflora en Santorcaz el secreto de los carpetanos

El Gobierno regional abrirá en Santorcaz un parque arqueológico dedicado a los primeros y misteriosos pobladores de Madrid

Santorcaz, la villa medieval que otea el horizonte desde la misma linde de Madrid con Guadalajara, vive en sus inmediaciones un frenesí especial. Desde su alfoz se adivina la evolución, sobre una planicie cercana, de unas cuarenta personas. Son peones, estudiantes y especialistas en Arqueología que trabajan afanosamente sobre una colina dorada de algo más de ocho hectáreas de extensión a la que llaman Llano de la Horca, desde donde relucen, aún altivos, los paños de la vieja fortaleza árabe. Los reunidos van a permanecer en faena sobre su campa hasta el fin de septiembre. El sol implacable de un estío que se niega a marcharse no les arredra; más bien parece estimularles. Laboran enérgicamente con palas, primero, con azadillas, cinceles, cepillos y delicadeza, después, sobre zanjas de gran extensión y una profundidad de medio metro. La meta de los arqueólogos es acopiar el mayor número de vestigios de los carpetanos, misteriosos - los primeros de nombre conocido- pobladores de la región madrileña, que dejaron sobre este lugar muy valiosos testimonios de su morada. Durante el Siglo de Oro y las dos centurias siguientes, la literatura de Madrid denominó a la ciudad Mantua carpetanórum.

Los restos de esta pequeña civilización hallados ahora permanecieron adormecidos durante 22 siglos bajo el suelo blando del cerro fronterizo madrileño, tapizado luego, hasta hace apenas unas décadas, por cereales. Los vestigios afloran agrupados con una pauta cuya disposición y metro los arqueólogos examinan con atención, ya que su estado de conservación, aceptablemente bueno, así se lo permite: lo hallado consiste en hileras de muros robustos, de una altura máxima de medio metro, dispuestos a modo de zócalos; sobre ellos se alzaban, presumiblemente, paredes de adobe, tierra y paja que no han perdurado; hiladas empedradas de una anchura no superior al metro que los arqueólogos interpretan como indicador de climas no en exceso rigurosos; fragmentos de vasijas de barro enrojecido, expresión muda de la cerámica carpetana, enigmática y ágrafa; bisagras de hierro y leño, puntas de flechas, metálicas y de sílex; restos, por fin, de vasos y jarras del estilo llamado campaniense, el que singularizaba las vajillas de las huestes de Roma en el avance de sus conquistas, testimonio del choque de los carpetanos con el arranque romanizador de la Península, iniciado en 218 antes de nuestra era.

Todo data de las postrimerías de la edad del hierro, entre los siglos IV y II antes de Cristo. Los moradores de la Carpetania prerromana fueron gentes sedentarias afincadas sobre pequeños enclaves como éste, contorneados por cultivos agrícolas y con una trama urbana y viaria que, milagrosamente, ha conservado casi a ras del suelo su misma disposición durante todos estos siglos. Su excavación comenzó en septiembre de 2001, después de que la Comunidad de Madrid adquiriera las 8,5 hectáreas que componen la superficie de la colina. Fue la primera compra de un yacimiento arqueológico por parte del Gobierno regional desde que asumiera estas competencias en 1983. Hubo detecciones previas en los años 1985 y 1990, hasta que comenzó la excavación propiamente dicha, que hoy abarca unos 4.000 metros cuadrados distribuidos en una decena de grandes catas, la más profunda de las cuales ha descendido hasta dos metros de profundidad.

Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico Regional, promueve este proyecto de la Comunidad de Madrid, que codirigen los prehistoriadores Gaby Märtens y Gonzalo Ruiz Zapatero. Según explica el prehistoriador y catedrático de la Universidad Complutense, "hemos hallado una trama ciudadana, con calles empedradas, algunas avenidas lisas, orientadas siempre según dos ejes diagonales noreste-suroeste y noroeste-sureste, flanqueadas por zócalos de piedras que se interpretan como soportes de los muros de adobe de casas espaciosas".

Ambos investigadores certifican la evidencia de que lo hallado configura un auténtico enclave habitado por ese pueblo que ocupó planicies centrales de la península Ibérica, coincidentes, a grandes rasgos, con las de la región madrileña.

"El hallazgo de restos de madera quemada nos permite averiguar la datación de la edad de esos fragmentos mediante el sistema del carbono 14", destaca Gaby Märtens; estas dataciones pueden llegar a ser complementadas con otras, como las que brindan los cereales carbonizados, más ceñidas a su concreción en el tiempo", explica, con entusiasmo, el catedrático Ruiz-Zapatero rodeado de estudiantes y peones especializados en estas tareas a cielo abierto.

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Al Este tuvieron los carpetanos por vecinos a los celtíberos, luchadores fieros que se hacían enterrar con armaduras y escudos. Su vecindario se ampliaba por el Norte a los vacceos, pobladores de los valles del Duero, Valladolid, Burgos y Soria. Moraban a su oriente los vetones, los que dejaron grandes figuras de tauros en piedra como los célebres verracos de la localidad abulense de Guisando. Y al sur, otro pueblo de estirpe ibérica, los oretanos, algo menos agrestes que los demás vecinos de los carpetanos de quienes, tras la culminación de este proyecto, conoceremos casi todo lo que resulta posible conocer.

"Si la excavación culmina con éxito, pronto Madrid podrá disponer aquí de un parque arqueológico que despejará muchas de las incógnitas sobre la prehistoria madrileña más cercana", anuncia Baquedano.

Fiel retrato del subsuelo

El terreno en que yace el poblado del Llano de la Horca, escenario secular del cultivos de cereales, fue sometido a un intenso estudio geofísico previo por parte del especialista francés Alain Kermorvant. Él precisó la extensión y la riqueza primigenia del poblado. Su información ha resultado muy valiosa para complementar los conocimientos sobre los carpetanos que, poco a poco, se van arrancando de la tierra.

Antes de la apertura de las catas, Kermorvant realizó una suerte de fotografía geológica del subsuelo estudiado. Con ella abrió a la visión de los arqueólogos lo que, con mucha probabilidad iban posteriormente a encontrarse cuando comiencen a excavar. "Así ha sido", destacan los laborantes sobre el terreno.

Cuando esta excavación termine a fin de mes, zanjas y catas serán impregnadas de herbicidas para ser envueltas en mallas geotextiles cubiertas de gravilla. De esta manera, los copiosos vestigios hallados y mimosamente clasificados por el equipo arqueológico serán protegidos de una flora que germina fácilmente sobre esta planicie, no lejos de Anchuelo y de Alcalá de Henares. La malla ocultará el tesoro de los carpetanos hasta una nueva fase de investigación.

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