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VISTO / OÍDO
Columna
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Lástima de infierno

Lo que llamamos nazismo, o fascismo, es una constante peculiar, con filosofías de lenguajes característicos, de la historia: un gusano infeccioso y sangriento que se mete en los organismos y los lleva al paroxismo. Al gusano le suelo llamar poder, otros le llaman dinero, pero probablemente es más profundo: la forma de asegurarse contra la muerte robando la vida a otros: los alimentos, las mujeres reproductoras, las tierras fértiles. Y las armas y los lugares desde donde, a su vez, podrían ser atacados. Cuando veo los soldados de Estados Unidos precipitarse dentro de casas, tirar al suelo a los hombres, atarles las manos (nota aparte: en España se han inventado unas nuevas esposas de brazo, que sea para bien), vendarles los ojos y arrojarles al fondo de un camión sin que a veces aparezcan jamás, después de haber destrozado sus viviendas ante los ojos aterrados de mujeres y niños, no dejo de recordar a los nazis. En un sentido universal: a los fascistas de aquí se lo he visto en directo. Parece ser que ésta es una cuestión de la Naturaleza: no creo en ella, y menos con esa mayúscula. Y si llamamos así a todo lo que es nuestro entorno, habrá hombres que luchan contra la hostilidad de ese ambiente y otros que se hacen parte de esa hostilidad. El compañero príncipe Kropotkin encontraba raro que se dedicase la mayor parte de la admiración humana a los valientes guerreros que destruían y no a los hombres y mujeres que se unían para ayudarse unos a otros. Parece que los defensores de la democracia y la libertad, que se ganaron ese título luchando contra los que se llamaban nazis, han ido cambiando su ayuda mutua por su ardor guerrero: un regreso a la lucha por la vida. Aún conservan ese viejo prestigio, y sobre él construyen algunas trampas nazis: dicen que luchan una vez más contra una dictadura, y llaman Hitler a su enemigo, con lo cual parece que muchas personas les siguen. Vuelvo a ese origen del nazismo: asegurarse contra la muerte robando la vida. Se nos dijo que aquéllos nos iban a matar, y somos nosotros quienes les matamos. Con respeto al nazismo hay astucias mayores: a éstos les destruimos sus armas convencionales, que ellos nos dieron, para poderles matar con más seguridad. Se llega ahora a la convicción de que las armas masivas no existieron, y los nuevos investigadores de estos nazis demócratas informan que no las tuvieron nunca. Da igual.

Los que mintieron vuelven a mentir, y siguen en sus puestos. Y algunos ateos, que creemos en la solidaridad, que antes llamábamos fraternidad y que por razones misteriosas de los dominantes ha cambiado de nombre, lamentamos que el universo sea sin dios, ateo; un buen infierno ocuparía la eternidad de todos los nazis que fueron y son. Aunque no estoy seguro de quién lo dominaría y quién juzgaría. ¿Jurado, fiscal general, instructor? Cuidado con ellos.

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