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Columna
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Desdicha de no ser

En Le temps retrouvé, hablando de la Primera Guerra Mundial, Proust escribe que las grandes aglomeraciones de individuos llamadas naciones se comportan ellas mismas, en cierta medida, como individuos y que la lógica que las conduce es interior y está refundida por la pasión; el individuo, en las naciones, no sería más que una célula del individuo-nación. Proust no tiene ninguna duda de que en esa guerra la causa de Alemania es injusta y la de Francia es justa. Pero la adicción de alemanes y franceses a sus causas respectivas no depende de la justicia o injusticia de éstas, sino de otro factor: "Para seguir ciego sobre lo que tiene de injusto la causa del individuo Alemania, para reconocer en todo momento lo que tiene de justo la causa del individuo Francia, lo más seguro no era para un alemán no tener juicio, para un francés tenerlo: lo más seguro para uno o para otro era tener patriotismo". Esa es la pasión de las naciones.

El problema del barón de Charlus, ese ser híbrido y uno de los personajes más memorables de la literatura universal, era que no tenía patriotismo. Miembro de una de las familias más nobles de Francia, los Guermantes, era hijo de una duquesa de Baviera, y se manifestaba más bien como partidario de Alemania. La razón de su germanofilia no había que buscarla en ningún tipo de preferencia o sentimiento nacional, sino en motivaciones mucho más ordinarias. Simplemente, vivía en Francia, era muy inteligente y en todos los países los más numerosos son los tontos. El narrador proustiano, tan agudo siempre, nos dirá que si Charlus hubiera vivido en Alemania, los tontos alemanes, defendiendo tontamente y con pasión una causa injusta, lo hubieran irritado como lo hacían los tontos franceses, defendiendo tontamente y con pasión una causa justa: viviendo en Alemania, hubiera sido francófilo. La lógica de la pasión nunca es irrefutable para quien no está apasionado. "La satisfacción que causa a un imbécil su derecho y la certidumbre del éxito nos irritan profundamente", concluye el narrador proustiano.

A mí se me ocurre si esa irritación no podrá convertirse a su vez en otra pasión. Se me ocurre también si no tendremos que recurrir a ese malestar anímico como argumento para explicar algo de lo que nos pasa. Viviendo en Francia, la tontería nacional podría llevar a alguien carente de la pasión patriótica a ser germanófilo, o a la inversa.; pero, qué sucede cuando las pasiones enfrentadas se dan en un mismo ámbito geográfico y uno se ve obligado a convivir con tontos de ambos bandos. Quizá en ese caso la justicia de una de las causas enfrentadas tuviera que ser determinante para alguien desapasionado, pero mucho me temo si la irritación causada por la estulticia de argumentos y comportamientos no acabará empañando las virtualidades de la justicia. En definitiva, si esa irritación no se convertirá en una pasión desquiciada.

Mañana el lehendakari Ibarretxe presentará su plan en el Parlamento. Lo hará a través de un "debate sosegado" y lo planteará como un remedio para superar un enfrentamiento que él mismo propició, con el agravante de que el remedio que nos ofrece es la enfermedad misma. La justicia en este caso, y no me voy a privar de decirlo, no está de su parte. Lizarra dividió por la mitad la sociedad vasca y su célebre plan sigue siendo un proyecto de parte, que se presenta además como un bálsamo para la mitad a la que no tiene en cuenta y que es la que ha venido sufriendo todos sus despropósitos; para esa mitad, todo este angelismo resulta un insulto. Ignoro lo que dirán el tiempo y los historiadores, pero hoy por hoy, y en razón del sufrimiento causado, la justicia no está del lado de Ibarretxe.

Tampoco lo están los argumentos, que sólo son aptos para patriotas, sean o no tontos. Tontería e injusticia no justifican, sin embargo, la tontería del adversario. Los nacionalistas fueron, en efecto, los causantes del agravio, pero no todas las respuestas son igual de acertadas y la iniciativa en el agravio no puede servir de salvoconducto para propiciar otra pasión estúpida. Entre pasión y pasión, entre tontería y tontería, quizá haya demasiados desapasionados en este país a los que sólo les quede ya la irritación como forma de vida. Lo malo es que ésta termine convirtiéndose en una tercera pasión en liza, una pasión basculante entre rabietas. La última estupidez de cualquiera de los dos bandos les puede llevar a los irritados a convertirse sucesivamente en germanófilos o en francófilos. No es una pasión desdeñable.

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