Edward Teller, un señor radiactivo
El físico estadounidense, fallecido recientemente, impulsó toda su vida los esfuerzos armamentísticos de su país
Hace poco más de un siglo los franceses Becquerel y Pierre y Marie Curie descubrían el fenómeno de la radiactividad natural (específicamente, radiactividad-beta) y, con él, una de las manifestaciones de la energía nuclear. Durante algo más de medio siglo, los señores y señoras radiactivos, como en 1930 llamó Pauli en una famosa carta a los físicos y químicos dedicados a estudiar este fenómeno (y otros similares) indagaron en los arcanos del núcleo atómico. En sus investigaciones pasaron de la esperanza de aplicaciones médicas de la radiactividad, en parte cumplidas, a la posibilidad de generar enormes cantidades de energía -para uso pacífico primero, y luego militar- para, finalmente, en 1952, llegar a la construcción de un arma de pesadilla, la bomba de hidrógeno o bomba H, como también se la conoce.
"Fue casi el único científico de renombre que apoyó la 'guerra de las galaxias"
"Teller se ha merecido el título que a veces se le da de padre de la bomba H americana"
No es posible, por supuesto, adjudicar ninguno de estos desarrollos a ninguna persona específicamente; pero, sin duda, el recientemente fallecido Edward Teller [9 de septiembre] se ha merecido el título que a veces se le da de el padre de la
bomba H americana, igualmente que Sajarov fue el padre de la bomba de hidrógeno soviética. En efecto, Teller fue quien primero realizó un estudio teórico de la posibilidad de realizar reacciones explosivas de fusión nuclear (la bomba H), cuyas conclusiones presentó en Berkeley en 1942. Y no sólo contribuyó a los estudios científicos y técnicos de la bomba H, sino que ocupó importantes puestos administrativos y contribuyó, en virulentas campañas políticas y en los medios de comunicación a que se realizase: su paternidad fue una paternidad consciente. Pero la similitud entre los dos físicos paternales, Teller y Sajarov, acaba aquí.
Sajarov, como muchos otros científicos, quedó horrorizado por las mortíferas posibilidades del monstruo que había ayudado a crear y se embarcó en una valiente lucha por la paz, la democracia y las libertades en la Rusia soviética: lucha que le llevó a un duro exilio interior.
Teller, por el contrario, siguió hasta el final de sus días impulsando los esfuerzos armamentísticos americanos; en particular, fue casi el único científico de renombre que apoyó la guerra de las galaxias de Ronald Reagan, un programa de armamentos que pretendía llevar el enfrentamiento militar al espacio exterior. Aunque Teller ha realizado importantes contribuciones a la física fundamental, la más conocida de las cuales es su estudio de ciertos procesos en desintegraciones beta, conocidos como las transiciones de Gamow-Teller, no cabe duda que su nombre está, sobre todo, asociado a la construcción de ingenios nucleares.
Teller fue, a partir de 1941, una pieza importante del equipo de Enrico Fermi con el que participó, en diciembre de 1942, en la puesta en marcha del primer reactor nuclear: la primera aplicación para producción de energía de los desarrollos a que dio lugar el estudio de aquellos procesos radiactivos descubiertos más de 40 años antes.
A partir de este momento Teller se dedicó a usos menos inocentes de la energía nuclear: en 1943 se unió al equipo que en Los Alamos, y bajo la dirección de Robert Oppenheimer, desarrolló en secreto las tres primeras bombas atómicas. La primera se utilizó en una prueba, y las dos siguientes se lanzaron sobre Japón. De estas tres, dos emplearon el método de implosión para conseguir la reacción de la mayor parte del material, método desarrollado en parte por Teller.
Este método fue útil, más tarde, en el mecanismo empleado para detonar las bombas-H: como ya hemos mencionado, Teller participó decisivamente en el desarrollo de la bomba de hidrógeno, en comparación con la cual las de Hiroshima y Nagasaki eran poco más que petardos de feria. En 1958, y después de este episodio, Teller dirigió el laboratorio de armas nucleares de los EE UU en Livermore, California, cargo que simultaneó con actividad docente y de investigación pura en la vecina Universidad de Berkeley.
¿Cuál es la razón de que un hombre inteligente como Teller haya sido casi el único entre los señores y señoras radiactivos que no haya sentido vértigo ante las más nefastas consecuencias de sus descubrimientos e invenciones? Teller siguió apoyando la construcción de más, y más potentes, bombas-H, incluso cuando la competencia entre las dos superpotencias les llevó, en los años setenta, a alcanzar (y sobrepasar) lo que se conoció como nivel de overkill: tanto los soviéticos como los americanos eran capaces de matar varias veces a toda la población del bando contrario.
No cabe duda de que, en parte, la razón puede encontrarse en la propia biografía de Teller a quien (como también ocurría, por otra parte, a Wigner y Szilard, otros dos físicos, húngaros como él y de similares vivencias) causaba más terror el caer bajo una dictadura totalitaria -nazi o soviética- que el posible holocausto nuclear.
Edward Teller nació el 15 de enero de 1908 en Budapest desde donde, después de estudios secundarios, se trasladó a Alemania: primero a Karlsruhe y después a Múnich y Leipzig, donde recibió un doctorado en química física, entonces una de las puertas hacia estudios de radiactividad, en particular, separación de isótopos e identificación de materiales. Teller continuó, como tantos otros físicos de la época, sus estudios nucleares con Niels Bohr, en Copenhague, de donde volvió a Alemania, como profesor en la Universidad de Gotinga, entonces una de las más prestigiosas del mundo. Allí estuvo hasta 1935 cuando la presión del nazismo le obligó a emigrar a EE UU.
No cabe duda que la experiencia de la sangrienta dictadura comunista de Bela Kun en Hungría, que Teller debió sentir muy de cerca, y la de Hitler, que le expulsó de su puesto de trabajo en Alemania, debió marcarle fuertemente. Sin embargo, no es Teller, al menos para el que esto escribe, una personalidad simpática.
Sin caer en un ingenuo pacifismo absoluto, no me parece que el mejor método de luchar contra dictaduras, nazis, estalinistas, o de cualquier otro tipo, sea el desarrollar sofisticadas armas de destrucción masiva.
Francisco J. Yndurain es catedrático de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid.
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