Vivir en la Rambla del Raval
Hace un año y medio que compramos un piso en la Rambla del Raval de Barcelona, con ilusión y animados por la nueva perspectiva que el barrio parecía estar adquiriendo. Ahora podemos constatar, decepcionados, que no basta con abrir vías que oxigenen el espacio urbano para hacer la ciudad más agradable; hace falta también mantenerlas en unas condiciones que las hagan habitables.
En la Rambla del Raval los turistas pasean, los niños juegan y los mayores toman el sol. Eso es calidad de vida. De día. Porque de noche, los vecinos no dormimos. Soportamos los cantos, los tambores, las guitarras, las palmas de grupos de jóvenes con ganas de fiesta y de otros insomnes. La Guardia Urbana no hace acto de presencia por más que sea avisada.
Y no es éste el único problema que sufrimos. Tenemos otros, como la montaña de desperdicios que se acumula ante los contenedores, o la suciedad de las calles colindantes, o los indigentes que duermen en el césped, o las frecuentes peleas... No nos quejamos de las terrazas ni de las fiestas populares, que forman parte de nuestra cultura, sólo queremos una calle digna donde la vida cotidiana pueda ser normal.
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