Las joyas del abuelo republicano
Las nietas de un joyero de Valencia reclaman al Banco de España las alhajas que depositó en 1937
En la esquina de la plaza de la Virgen con la calle del Mar hay, desde años, una farmacia. Pero en la década de años 20 y 30, en ese local lucía otro cartel, otro negocio: una joyería. En ella entró en el oficio un republicano convencido y entusiasta, Salvador Martínez Carmona. Se enamoró de la hija del dueño. Sabedor de que un aprendiz no podía aspirar a la joya del amo, se marchó a Cuba y volvió hecho un especialista de la filigrana, tanto que se casó con una heredera de espíritu burgués. Salvador Martínez no sólo consolidó aquella joyería, sino que trajo de su viaje a la isla, entre otras cosas, un proyecto de urbanización de lo que hoy es La Coma, que debía llamarse La Pequeña Habana. Estaba tan convencido de levantar un conjunto de casas, con jardines, grandes avenidas... que después de mucho porfiar consiguió ver al ministro de Obras Públicas, el socialista Indalecio Prieto, y lograr de él un compromiso de que el autobús llegaría hasta esa urbanización. Era un sueño más de Salvador Martínez, comprometido, emprendedor y, sobre todo, republicano.
Salvador Martínez entregó a la República 202 piezas valoradas en 43.081 pesetas de 1937
Lo era tanto que cuando Manuel Azaña, presidente de la República, publicó en agosto de 1937 una orden por la que los ciudadanos y las entidades quedaban obligadas a entregar joyas y alhajas para evitar que la riqueza saliera de España, Salvador Martínez, se presentó en la ventanilla con su atillo de anillos y pulseras, pendientes y colgantes, más plata que oro, alguna piedra y hasta los relojes y gargantillas que sus hijas habían recibido como regalo en la comunión. Fue de los pocos. Allí dejó 202 piezas, un brillante de un kilate y nueve diamantes también de un kilate, todo valorado entonces en 43.081,40 pesetas. Hoy, unos 90.000 euros, alrededor de 15 millones de antiguas pesetas.
Salvador volvió a casa con los certificados sellados y detallados sus depósitos. Un año después moría. Dicen en la familia que no soportó los disgustos que le trajo la guerra. Su hijo, José Martínez, que sirvió en el cuerpo de Carabineros de la República y fue internado en un campo de concentración, vio rotos sus estudios de farmacia. Sobre sí la responsabilidad de tres hermanas y su madre. La familia siguió siendo republicana, más incluso, pero perdió la estabilidad y los bienes. Franco obligó al cierre de la joyería. Un reloj y dos apliques se salvaron del expolio. Durante cinco años pudieron salir adelante con un puñado de piedras, guardadas en un pañuelo que escondía en un caja un tío de la familia. Pero todo se acabó. José Martínez trabajó en muchas cosas, se casó con una chica de familia conservadora -que hoy reconoce que él le abrió los ojos, le enseñó a ver las cosas como eran y como son- y multiplicó su espíritu republicano. Contaba los días para que Franco se fuera. Su herencia, murió hace un año, fue una militancia firme y arraigada en la izquierda. "Mi padre era muy republicano. Y eso que de muchas cosas no se podía hablar porque se ponía muy mal, el pobre", afirma Inmaculada una de sus dos hijas.
José guardó los papeles del depósito de las joyas. Durante muchos años ni siquiera dijo que los tenía. Le daba miedo. "No quería que lo supiera nadie porque así había menos posibilidades de que se enterara quien no debía. Y no podía hacer nada con ellos, porque ir a reclamar era declararse públicamente un republicano que además contribuyó a la causa", dice María José, la otra hija.
Un viejo libro de familia, una declaración ante notario, doce certificados con membrete del Banco de España con una relación detallada de las piezas al dorso de cada uno, la firma del interventor y el cajero, la fecha de 8 de septiembre de 1937 y una leyenda que recoge: "Este depósito será devuelto al día siguiente de haber sido reclamado y mediante el cumplimiento de las disposiciones reglamentarias" dan fe de aquel legado. Pero las joyas del abuelo republicano siguen hoy en el Banco de España, se supone.
José hizo un intento de saber qué había pasado con aquellas joyas. En 1982, pocas semanas después de que el PSOE ganara las elecciones dirigió una carta a Alfonso Guerra. Pero escribió demasiado pronto, cuando aún no se había constituido el Gobierno, cuando ni siquiera se había instalado Felipe González en La Moncloa. Y no hubo respuesta. Desde entonces, decidió no hablar nunca más del tema. Guardó los papeles, sin que en su casa supieran bien dónde, y lanzó una losa sobre el pasado. Ni palabra.
José murió hace un año. Cinco meses después del fallecimiento, sus hijas, encontraron los papeles. Y reconocen que les entró un impulso incontenible: "Esto hay que moverlo, como sea, hay que moverlo ya. Es la memoria de nuestra familia". Primero lo comentaron sólo entre los amigos más íntimos, y su madre, claro, Vicenta Boix. El 25 de agosto, el abogado Manuel Mata giró el escrito de reclamación al Banco de España. En él, solicita que las joyas sean devueltas a las herederas de Salvador Martínez, a las nietas: María José e Inmaculada.
Siguiendo el decreto que amparó el depósito y la lógica, el Banco de España debería sin más devolver las joyas. Pero el abogado va más allá, por lo que pudiera haber ocurrido durante los 40 años de dictadura, y plantea el hipotético caso de que las joyas hubiesen desaparecido. "La Administración habría incurrido en un supuesto de responsabilidad patrimonial, debiendo ser indemnizadas las reclamantes en el valor actual de las joyas descritas, que en ningún caso debe ser inferior a 120.000 euros".
"Ojalá nos las devolvieran. No es el dinero lo que queremos. Esas joyas son el retrato de una vida", explican las nietas de Salvador.
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