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Crónica:CRÓNICA EN VERDE
Crónica
Texto informativo con interpretación

Ladrillos en salazón

Las salinas del Parque Natural de Cabo de Gata, amenazadas por una urbanización

Al igual que ocurre con las dehesas, donde la naturaleza y la mano del hombre han sido capaces de generar espacios de gran valor ecológico, las salinas constituyen otro magnífico ejemplo de actividad humana respetuosa con el medio ambiente. Aunque su origen y manejo sean artificiales, este tipo de explotaciones se han convertido, con el paso de los siglos, en enclaves imprescindibles para la supervivencia de un buen número de aves acuáticas.

Aunque tras las II Guerra Mundial, con la aparición del frío como técnica para la conservación de alimentos, la boyante industria salinera andaluza sufrió un duro revés, todavía hoy se conservan más de 8.000 hectáreas de salinas, la mayoría de ellas sin aprovechamiento comercial, repartidas por distintos puntos de la franja costera.

En el Parque Natural de Cabo de Gata (Almería) sobreviven, aún en explotación, las salinas del mismo nombre que, en el conjunto regional, ocupan un lugar de privilegio debido a la interesante comunidad de aves que se beneficia de ellas. Al margen de estar incluidas en los terrenos de un espacio protegido, también figuran, desde 1989, en el Convenio de Ramsar, que distingue a aquellas zonas húmedas de importancia internacional. Por último, y en lo que se refiere a las medidas de protección dictadas por la Unión Europea, este enclave ostenta la consideración de Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA).

Cita de aves

A lo largo de casi cinco kilómetros de litoral se extienden los estanques, que ocupan unas 300 hectáreas y en los que se dan cita numerosas especies migratorias en su tránsito entre Europa y África, así como otras muchas sedentarias. La comunidad de aves se distribuye en este enclave de acuerdo a las características de los diferentes estanques, donde el nivel de agua y la salinidad van oscilando en función de la época del año y el propio sistema de extracción de la sal.

En los evaporadores, recintos a donde primero se conduce el agua marina, abundan las algas y otros vegetales que brindan soporte y alimento a invertebrados y pequeños peces. Todos estos recursos son aprovechados por patos, garzas, gaviotas y golondrinas de mar. Los calentadores, en donde el agua sigue aumentando su nivel de salinidad, están tapizados por un manto de bacterias que influye en la disponibilidad de algunas presas, como las larvas de mosquitos. En este segundo escalón abundan los zampullines, avocetas, chorlitejos, archibebes y cigüeñuelas. Ya en los concentradores, donde el agua es hipersalina (unos 200 gramos por litro frente a los 37 gramos por litro que se registran en el mar), se producen en primavera y verano notables concentraciones de un pequeño crustáceo de color rojizo (Artemia salina) que es el alimento favorito de flamencos, avocetas o gaviotas.

No quedan muchos puntos en el Mediterráneo español donde se mantenga este sutil entramado de seres vivos que, además, constituye un delicado ejemplo de paisaje humanizado y reserva etnográfica de usos y técnicas tradicionales ligadas al aprovechamiento de un recurso natural.

A pesar de todos estos valores, y de las figuras de protección que supuestamente los amparan, las salinas de Cabo de Gata, han denunciado los ecologistas, se encuentran amenazas por una urbanización. "La promotora Residencial Gran Parque", advierte la federación almeriense de Ecologistas en Acción, "pretende levantar un edificio de veintinueve viviendas contiguo a las salinas, como consecuencia de un oscuro proceso urbanístico". Al parecer, y según la denuncia de este colectivo, en 1998 se produjo una modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana que clasificó estos terrenos como urbanizables a pesar de no reunir los requisitos.

Al estar incluidas las salinas en el dominio público marítimo-terrestre era preceptivo un informe de la Dirección General de Costas, documento que, sin embargo, no se incorporó a la discutida recalificación. Por ello se impugnó el proceso, que aún está pendiente de resolución judicial, lo cuál no parece haber detenido el proyecto de edificación.

Los ecologistas temen que en Cabo de Gata se produzca el mismo fenómeno que en su día acabó con las salinas de Guardias Viejas y San Rafael. También dejaron de ser rentables las salinas de San Juan de los Terreros y las de Cerrillos, aunque estas últimas mantienen una parte de su primitiva riqueza ecológica al estar incluidas dentro del Paraje Natural de Punta Entinas-Sabinar. El caso es que de las siete salinas que llegaron a explotarse en la franja costera que discurre entre la localidad de Adra y el límite con la provincia de Murcia sólo se mantienen en uso las de Cabo de Gata.

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

Herencia fenicia

Los historiadores sospechan que las salinas de Cabo de Gata tienen un origen fenicio, aunque de lo que no hay duda es de que estaban ya en explotación en la época romana, como lo atestiguan los restos de una fábrica de salazones junto a la ermita de la Virgen del Mar, en Torregarcía, a escasa distancia de los estanques.

La explotación siguió siendo vital en el periodo árabe y tras la reconquista existen documentos que prueban la venta de sal, procedente de estos humedales, en las poblaciones granadinas de Guadix y Baza. Así lo afirma el estudioso almeriense Juan Antonio Muñoz quien señala la presencia de una almadraba de atunes en esta misma zona en el siglo XVI, industria que también precisaba de la sal marina.

Pero es en el siglo XIX cuando esta actividad se convierte en una verdadera industria a gran escala. El desarrollo de los transportes permite romper la dependencia geográfica o estacional de este recurso, al mismo tiempo que se multiplica la demanda por parte de la industria química y las fábricas de conservas y salazones.

Es en ese periodo cuando Francia cede su primacía en la exportación de sal marina en favor de España. Prácticamente durante un siglo las grandes salinas del suroeste español vivirán su máximo esplendor. Desde las marismas del Odiel, en Huelva, hasta el Mar Menor, en Murcia, los cultivos de sal multiplican por diez su superficie.

A comienzos del siglo XX las salinas de Cabo de Gata, en manos de un hacendado local, se modernizan hasta adquirir la presencia que tienen hoy. La fuerte demanda de sal, sin embargo, comenzó bien pronto a decaer, ya que había sido sustituida en la conservación de alimentos y en determinados procesos industriales.

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