Corrección inoportuna
En la noche del domingo 7 de septiembre, durante el programa televisivo Veo, veo, 2003, dirigido por la simpática Teresa Rabal, para promocionar a niños y niñas artistas en Andalucía, me vi sorprendido repentinamente cuando la responsable, gran profesional, se ocupó en determinado momento de corregir la pronunciación natural andaluza a una de las pequeñas concursantes de Los Palacios y Villafranca.
La niña en cuestión, al oír de labios de Teresa Rabal el beneplácito a su actuación, respondió con toda corrección: "Grasiah", sin comerse ni una sola letra, sino aspirándola, como es norma bastante generalizada en Andalucía. Teresa Rabal, con clara vocación docente, le advirtió de que así no se decía y le insinuó que repitiera "gracias". La niña, inocentemente, tuvo que pasar por el trago amargo de rectificar una pronunciación que pasa en Andalucía como correcta.
Todo esto es consecuencia del trato que han recibido las hablas andaluzas al ser consideradas siempre, injustificada y erróneamente, bajo "el prisma del castellano". La escuela andaluza no ha cumplido todavía la función de concienciar sobre la existencia y el valor de nuestras señas de identidad.
En Andalucía no se habla castellano, sino español con acento andaluz. Este tipo de correcciones a chicos y mayores durante siglos en nuestras escuelas y en otros ambientes han creado en muchos andaluces un señalado complejo de inferioridad lingüístico que, aún hoy, se manifiesta en personas de altos cargos en la propia Administración andaluza.
"Ha es hora de hacer la luz", nos dejó dicho Blas Infante Pérez. Y ya es hora de que el estudio de las hablas andaluzas sea una realidad en nuestras escuelas, no con la timidez que hoy se lleva a cabo, sino con la profundidad, seriedad y disciplina que exige en conocimiento de una de las principales señas de identidad del Pueblo Andaluz, su habla. El andaluz tiene su propio peso específico, ya que cuenta con un léxico abundantísimo, ingeniosos modismos, sabios refranes y ocurrentes comparaciones que dan al español una riqueza léxica sorprendente.
Antonio Alcalá Venceslada, autor del Diccionario Andaluz, y Juan Valera, de Cabra, tras una larga estancia en la capital de España exclamaron: "A esta gente de aquí le convendría ir por allá para aprender a hablar, que no a pronunciar". Hablar no es lo mismo que pronunciar, en palabras de Fernando Lázaro Carreter, ex director de la Real Academia de la Lengua Española. Ninguna lengua o modalidad lingüística se ha de considerar inferior a otra si cumple fielmente la función comunicativa, según se expresan destacados lingüistas.
En los siglos XVI y XVII, hablar andaluz era "todo un signo de cultura, distinción y elegancia", que supimos trasladar a Canarias y, más tarde, al Nuevo Mundo.
Por encima de toda disquisición, hemos de respetar y cumplir siempre la normativa legal que establece el Estatuto de Andalucía, ese valioso instrumento que ha propuesto modificar el señor Chaves sin haberse llevado a cabo, todavía, todo su contenido. En su capítulo XII podemos leer entre sus objetivos básicos: "Afianzar la conciencia de identidad andaluza a través de la investigación, difusión y conocimiento de los valores históricos, culturales y lingüísticos del pueblo andaluz en toda su riqueza y variedad".
Y para dar fin a estos sencillos renglones, he de recordar que, según refiere el ilustre historiador sevillano don José María de Mena, Alfonso XII de Borbón se sintió irremediablemente atrapado en las redes de una joven doncella sevillana, María de las Mercedes, que trascendió su encanto singular por la transparencia de su mirada, la franqueza de su sonrisa, un hálito de bondad y, sobre todo, por el agradable acento andaluz de sus palabras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.