Una fábula española
Nozal prosigue su meteórica carrera y Heras asoma la cabeza
Isidro Nozal fue capaz de desarrollar el protocolo de calentamiento para la contrarreloj más importante de su vida sudando como un torrente sobre una toalla blanca que protegía el manillar de su bicicleta, apalancada sobre un rodillo ruidoso, al tiempo que se ablandaba sentimentalmente hablando por teléfono con su novia, Begoña, que lo animaba desde Cantabria para que no decayera y pedaleara como nunca; y luego salió a disputar la contrarreloj que cambiaría su vida y, efectivamente, puso su alma en cada pedalada que le hacía volar por las eternas rectas de Albacete azotadas por el viento.
Ese chaval hasta entonces sólo había sido un gregario generoso, pero un día se transformó tan súbitamente como si se hubiera descubierto mejor y más fuerte y hubiera sido capaz de seguir trabajando generosamente para todos sus compañeros y al mismo tiempo ejercer de líder y ser líder y empezar a ganar etapas y carreras. Poco después se escapó hacia Burgos y alcanzó el maillot amarillo y otro día ganó una contrarreloj en Zaragoza y fue más líder y atravesó los Pirineos como un huracán por delante y por detrás del pelotón, y ayer ganó la contrarreloj de Albacete y volvió a derrotar al superclase británico David Millar, que mide 1,90 y está en la Vuelta sólo para repetir en España las exhibiciones que le han hecho grande en el Tour.
Y volvió a ganarle gracias a que su director, Manolo Saiz, le pudo domar y le obligaba a levantar el pie para que no se cebara y echara todo a perder. Y cuando terminaron, los dos sufrieron tal descarga emotiva que se abrazaron y aún se les escapaban los suspiros y las lágrimas cuando volvían a hablar de que el futuro debe seguir siendo amarillo y de que aunque desaparezca el ONCE-Eroski, el espíritu de Manolo Saiz debería seguir en un nuevo equipo, en el que, como siempre, estarían allí solos luchando contra todos, y del que él sería por lo menos el líder emocional. Y ese ciclista se llama Isidro Nozal. Y lo más probable es que gane la Vuelta de 2003.
Y Roberto Heras, un pequeño cuerpo de montañero de esos con los que el viento se divierte y retoza, pero fastidia, salió a pelearse con las brisas de Albacete. Y desde la primera pedalada, con las piernas arqueadas, las rodillas abiertas, la cabeza encastrada entre los hombros, se agigantó. No fue ligero sino pesado. Y aunque Heras, el escalador con el que sueña media España para animar las etapas de las sierras andaluzas, de la Pandera y de Sierra Nevada, volvió a perder tiempo con Igor Galdeano, ese tiempo fue sólo medio minuto, un nada, un presagio de que la segunda plaza la tiene ahí, a su alcance, porque Nozal es primero.
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