Lo que importa
Tres volúmenes dan la brillante dimensión ensayística de W. H. Auden. Sus reflexiones sobre otros autores configuran una personal teoría de la literatura.
"Constituye un hecho realmente triste de nuestra cultura que un poeta pueda ganar mucho más dinero escribiendo o hablando sobre su arte que ejecutándolo". Ésta es la irónica queja con la que W. H. Auden abre La mano del teñidor, una recopilación de ensayos sobre literatura y música con altura de filosofía de la cultura. Es en ese mismo volumen donde el poeta británico reconvertido en estadounidense declara que todos sus poemas los escribió por amor; las críticas, por dinero. Pues bien, a la vista de Prólogos y epílogos hay que decir enseguida que sus prosas se han convertido, con el tiempo, en la mejor inversión posible, ya se trate de una introducción a la cultura griega, de una reseña sobre una biografía de Wagner o de una lectura de los diarios de Virginia Woolf.
En el fondo, y siguiendo
la estela de poetas-críticos como Baudelaire o T. S. Eliot, sus reflexiones sobre otros autores tienen mucho de autorreflexión. De ahí que de estos volúmenes se pueda extraer transversalmente una teoría estética expresada con una pizca de parcialidad que le sienta bien a un estilo que sabe ser culto y claro sin ser pedante ni superficial. Ésa es, precisamente, una de las constantes de la poética de Auden: la defensa de la sencillez frente a la falsa profundidad. Profundo no es para él aquello que oscurece algo sino aquello que lo transforma profundamente. La mayor parte de la gente, afirma siguiendo a Paul Valéry, llama profundo a algo "no porque se encuentre cerca de alguna verdad importante, sino porque está lejos de la vida ordinaria". Por otro lado, y fiel a su desdén por el artista romántico inspirado, Auden se detiene continuamente en asuntos de técnica compositiva, no tanto para recrearse en ningún recetario -abomina de la destreza- como para demostrar que, lejos de ser angélica, la belleza tiene una historia.
Por lo demás, y pese a que contienen páginas deslumbrantes sobre el propio Valéry o sobre Stravinski -para el que escribió en 1951 el libreto de El progreso del libertino-, un fantasma recorre estas tres recopilaciones: William Shakespeare. Aunque la edición argentina de La mano del teñidor -que no obstante mejora la ya lejana de Barral Editores- prescinde de los textos shakespearianos del original, el prólogo a los Sonetos repite las ideas de la sesión correspondiente a las conferencias recopiladas en Trabajos de amor dispersos -impartidas en Nueva York en 1946 y reconstruidas a partir de los apuntes de algunos asistentes-, en las que se comentan, cronológicamente, cada una de las obras teatrales de Shakespeare. No es casual, porque el autor de Hamlet representa para Auden al artista que dedica toda su vida al arte, "pero sin darle importancia", al contrario que Dante, Joyce o Milton, empeñados en "sentirse importantes" y en escribir obras que "son grandiosas en lugar de ser grandes".
En las páginas de La mano del teñidor dedicadas a la lectura, el poeta señala los que, a su juicio, constituyen los dos atributos imprescindibles en un crítico: erudición e intuición. La erudición sería necesaria para tres cosas: presentar obras que el lector desconoce, convencerle de que una lectura descuidada le llevó a subestimar una obra y, finalmente, señalar relaciones entre obras de diferentes épocas y diferentes culturas. La intuición, por su parte, sería necesaria para otras tres: profundizar en la comprensión de una obra, explicar el proceso de "composición" artística y, por fin, iluminar la relación del arte con otros ámbitos de la vida. Aunque más que la de un crítico parece la descripción de un superhombre, basta asomarse a cualquiera de estos libros para comprobar que su autor está a la altura de tan elevadas pretensiones.
W. H. Auden. Prólogos y epílogos. Traducción de Miguel Martínez-Lage. Península. Barcelona, 2003. 240 páginas. 20 euros. Trabajos de amor dispersos. Conferencias sobre Shakespeare. Traducción de Gonzalo G. Djembé. Crítica. Barcelona, 2003. 500 páginas. 29 euros. La mano del teñidor. Traducción de Edgardo Russo y Fabián Lebenglik. Adriana Hidalgo. Buenos Aires, 2003. 352 páginas. 25 euros.
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