Infalibilidad
Años atrás, siendo concejal del Ayuntamiento de Alicante, José Antonio Rovira implantó un plan de transporte urbano que sumió a la ciudad en un caos. Durante varios días, los alicantinos padecieron toda clase de contratiempos y soportaron con impaciencia los atascos de tráfico más impresionantes que se recuerdan en la población. El zafarrancho fue de tal magnitud que mereció las primeras páginas de los diarios locales en sucesivas jornadas. Entrevistado por los periodistas, Rovira declaró que el plan había sido un éxito y aseguró que, de tener que aplicarlo en otra ocasión, actuaría de idéntica manera.
Con el comienzo del curso escolar, se han producido los inevitables trastornos que acompañan el inicio de cualquier actividad. En Alicante, concretamente, han faltado profesores en numerosos centros, una situación que ha creado desconcierto y alarma entre los padres de los alumnos afectados. Como es natural, los periódicos han publicado la noticia de manera destacada, dado el interés que los asuntos referidos a la educación despiertan entre los lectores. Personalmente, no considero una tragedia que falten algunos profesores al iniciarse el curso escolar: las repercusiones que el hecho provoca son mínimas y se subsanan en unos cuantos días, con relativa facilidad. Más allá de los titulares de la prensa, todo el mundo entiende que la tarea de organizar a cuatrocientos mil alumnos y más de cuarenta mil profesores no es sencilla. Por desgracia, los problemas, los verdaderos problemas de la educación, son de mayor calado.
A José Antonio Rovira -ahora director de Personal de la Consejería de Educación- le han disgustado las noticias publicadas y ha remitido a los diarios un comunicado para desmentirlas. Mantiene Rovira en su nota que en ningún momento han faltado profesores, ni, mucho menos, puede hablarse de falta de previsión por parte de la Consejería. Es probable que Rovira tenga razón y que todo el mundo haya trabajado afanosamente en la dirección general de Personal para evitar las deficiencias. No debemos dudar de su palabra ni de su capacidad de gestión. Los años que lleva dedicado a la política deben de haberle proporcionado una experiencia considerable. Sin embargo, es evidente que han faltado profesores en numerosos centros. Esto es innegable.
Desde que Eduardo Zaplana implantara su doctrina de la infalibilidad, no conozco a ningún miembro del Gobierno ni del Partido Popular que haya admitido un sólo error, por mínimo que fuera, en su trabajo. Durante varios años, en la Comunidad Valenciana han sucedido las cosas más tremendas o las más pintorescas sin que oficialmente se reconociera su existencia. Si lo deseara, el diputado Malhuenda podría desgranarnos un rico anecdotario, y yo le animaría a contarlo algún día en sus memorias. La doctrina, no es necesario decirlo, ha cosechado un éxito considerable, refrendado en las urnas una y otra vez. ¡Cómo no vamos a depositar nuestra confianza en unas personas que jamás yerran! Sin embargo, sería deseable que nuestras autoridades descendieran a la tierra de vez en cuando. Francamente, resulta fatigoso sentirse a todas horas gobernado por superhombres: la vida termina por volverse inverosímil, que es lo que nos ocurre a muchos valencianos.
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