Nihat despierta a la Real
El delantero turco altera el ánimo de su equipo ante un Olympiakos sin músculo ni ambición
Si gato con guantes no caza ratones, futbolista sin uñas no araña ocasiones. Quizás por ello en el minuto 42 el público de Anoeta se rompió las manos aplaudiendo porque el Olympiakos concedió un córner: ¡Oh, noticia! La Real tenía la oportunidad de pisar el área pequeña sin que el guardia le amenazara con unos perdigonazos. El asunto no era menor. Un córner es un córner, sobre todo cuando el hambre aprieta y cualquier descuido es una oportunidad para la supervivencia. Y tanto. Barkero lo lanzó con fuerza y Kovacevic lo empujó con la cabeza y ¡oh, noticia!, resultó que el potero suplente del Olympiakos, Katergiannakis, pues está allí, en el club del Pireo, por algo, y le pagan, entre otras cosas, por estar atento aunque el partido y la hora induzcan a echar una cabezada en espera de emociones mayores. Por lo mismo, Anoeta se entregó a Nihat cuando Denoueix le hizo jugar mediada la segunda mitad. Mucho sabe Anoeta de lo que es capaz el jugador turco incluso a medio gas. Despertó el público, despertó la Real y el Olympiakos se fue a pique, de penalti, pero a pique. Y todo por un chico menudo y rocoso, de esos a los que ningún defensa quiere ver. No intervino en la jugada del gol (penalti a Kovacevic), pero sí en el partido. La jugada fue fruto de su estado de ánimo. El que aplicó a la Real para que ganara un partido condenado al más insulso de los empates.
REAL SOCIEDAD 1 - OLYMPIAKOS 0
Real Sociedad: Westerveld; Rekarte, Jauregi, Schurrer, Aranzabal; Alonso, Aranburu; Karpin, De Paula (Nihat, m.84) Barkero (Lee, m. 61); y Kovacevic.
Olympiakos: Katergiannakis; Mavrogenidis (Pantos, m.80), Karembeu, Kostoulas, Anatolakis; Venetidis, Kafes (Gonias, m.82, Georgiadis, Stoltidis, Djordjevic; y Giovanni (Choutos, m. 66).
Goles: 1-0. M.80. Penalti a Kovacevic que transforma él mismo tras pedirle a Karpin que le dejara tirarlo.
Árbitro: Erik Fisker. Amonestó a Aranburu y Anatolakis y Djordjevic.
Lleno en Anoeta que por primera vez en su historia acoge a la Liga de Campeones.
Por alguna razón, la Real, que debutaba en la Champions con un rival a su medida, -blandito, organizado, lento aunque experto en capear temporales- no le ha cogido el pálpito a la competición. Ni a la española, ni a la europea. Denoueix lo complicó aún más. A saber: a De Paula, que es un cabeceador, un finalizador que sólo mira a la portería, le encargó jugar de media punta para encauzar el juego ofensivo de la Real. Conclusión: en esa zona hubo muchas faltas, propias y ajenas, pitadas o no, que sirvieron para espesar el juego, para frenarlo, para alejarlo del área, para que Kovacevic, el rematador, respirase aliviado cuando, en el minuto 42 llegó el saque de esquina que despertó al respetable y le rescató de la nada. A saber: Denoueix prescindió de De Pedro y en su lugar eligió a Barkero, un medio punta encargado de jugar en la cal que fue incapaz de alcanzar la línea de fondo o de sacar el centro esperado de su pierna izquierda.
El Olympiakos lo tenía más claro en el reparto de la obra: uno inventaba, Djordjevic, un futbolista de tronío; otro atacaba, el basileño Giovanni, que, ¡oh, noticia!, cabeceó una vez con peligro; otro, Georgiadis, era el zascandil de la cuadrilla, con algunas pequeñas licencias de improvisación. El resto, a currar, es decir, a defender, a achicar el campo, a presionar, eso sí con limpieza, sin una patada, sin un mal gesto, por anticipación.
Lo cierto es que tan elementales argumentos desactivaron a la Real, le rompieron el ritmo -si es que ya lo tiene-, le envolvieron en un juego insulso, flaquito, previsible. La Real de Denoueix, sin la velocidad, no es la Real. Si no corre, lo que corre es el riesgo de ser vulgar. Y lo fue hasta la saciedad, hasta el punto de irse al vestuario con un córner como único argumento.
Había que cambiar y Denoueix dio rienda suelta a sus instintos. De golpe introdujo a Nihat y Lee Chung Soo, aunque sólo fuera para darle al partido otro ritmo cardíaco. Y lo consiguió. Bien es verdad que el Olympiakos, tras el descanso, se había hecho más avaro que de salida y decidió tontear con el balón y con el resultado a sabiendas de que lo suyo no es dar recitales en la portería contraria. Entre lo uno y lo otro el partido se avivó como cuando se echa gasolina, y no leña, al fuego. Y hasta hubo un par de ocasiones, por obra y gracia de Nihat, el revoltoso,el ídolo número uno de Anoeta a juzgar por los aplausos que le regaló el público. Tiene algo ese chico que huele a gol incluso cuando se obceca con lo imposible. La Real sintió el olor a gol y el Olympiakos, también, porque tembló. Y así llegaron las paredes, la velocidad, el juego exterior con Lee, fuera de sitio, pero jugando como una bala. Y así llegó el penalti a Kovacevic, porque por una vez hubo sitio en el área para jugar, para intimidar a un defensores aseados pero lentos, entre los que oficiaba con su experiencia Karembeu, tan intachable como escaso.
Pues sí. Fue Nihat, probablemente el termómetro de la Real, el que cambió el partido. Más que juego le puso tabasco. Y el picor le dolió en el estómago al equipo griego. Cuando se retorció llegó el penalti. La victoria de la Real, la primera en la Champions. Visto el grupo que le ha tocado no será la última.
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