_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El futuro

Elvira Lindo

De los apabullantes documentales sobre la historia de Nueva York que estos días emite Documanía se aprende no sólo la manera en que se puede contar el pasado sin perder ni el rigor ni el encanto sino cómo se construyó una ciudad que recibió constantes flujos de inmigración y que después de experiencias traumáticas, a veces teñidas de sangre y siempre de miseria, ha logrado una aceptable paz. En España, ahora mismo, la inmigración es el tema. Este era el país en el que ayer todas las caras eran prodigiosamente iguales y en el que hoy basta darse un paseo para advertir que, por fortuna, no volveremos a ser como éramos. De las historias de la inmigración ajenas aprendemos que los ricos siempre se benefician de la mano de obra de los recién llegados y los pobres autóctonos siempre se sienten postergados, no porque el pobre sea más insolidario sino porque es el que se ve obligado a compartir su espacio, su trabajo, las ayudas del Estado y la educación de los hijos. Teorizar sobre la inmigración cuando el roce que se tiene con ella es el del servicio doméstico y el mestizaje cultural, cosas que corresponden sólo a la clase media, es sin duda superficial. No hace falta que nos vayamos tan lejos como a Nueva York para saber que el ajuste de los que llegan con los que están siempre ha sido difícil; ahí tenemos Holanda, uno de los paraísos de la civilización y, sin embargo, como dice un estudio sobre su panorama educativo, un país que segrega social y racialmente a los niños de inmigrantes.

Debería ser una llamada de atención para nosotros, que estamos empezando, y un debate continuo, sin prejuicios, porque es fácil repetir el error y crear esa comunidad en la que abunden los restaurantes y las músicas exóticas pero en la que el niño de origen marroquí no tenga las armas educativas para competir con un hijo de españoles. Hoy más que nunca es necesaria esa escuela pública laica (digo laica) que iguale a los ciudadanos desde abajo. Hoy se sabe que también hay que pedir generosidad al inmigrante, para que acepte que sus hijos ya no son del país de origen sino del país al que llegaron sus padres buscando una vida mejor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_