"La batalla contra el tabaco no acabará con la industria"
Ernst Schneider predica con el ejemplo. "Gracias por fumar", dice un cartel en las oficinas de la compañía que preside, Davidoff, en Basilea (Suiza). Este empresario presume de ser propietario de uno de los mayores fabricantes de tabaco del mundo, rival directo de los tradicionales habanos. Defensor a ultranza del "placer de fumar", Schneider ve "ridícula" e "inútil" la batalla emprendida por las instituciones europeas contra el tabaco. A los 82 años, sigue al frente de Davidoff, mientras prepara a sus herederos para que tomen las riendas de la compañía cuando él se retire.
"El mercado del cigarro sigue al alza", explica Schneider durante una entrevista mantenida en la sede de Davidoff, "sólo tenemos un punto flaco: la venta en los duty free, porque la gente está viajando menos". "La crisis económica no ha afectado al negocio", asegura. Schneider tomó el control de una compañía de tabaco en 1967 y la convirtió en una firma de lujo que, además de colocarse en los puestos de cabeza por ventas tras adquirir la marca Davidoff, empezó a vender desde coñac, hasta perfumes (el popular Cool Water) y corbatas.
"Mi gran objetivo es ser independiente, sobre todo de la banca, porque quiero ser libre"
"Nuestro objetivo está muy claro: mantenernos como los número uno mundiales en cigarros", sentencia. En 2001 (últimos datos disponibles), la facturación del grupo Oettinger (nombre oficial de la compañía) alcanzó los 2.512 millones de francos suizos (el 70% procede del tabaco) y cuenta con 2.074 empleados en plantilla. Su primer mercado es Estados Unidos. "Suiza, Francia, Alemania y Bélgica son importantes también; en España aún son líderes los habanos, aunque queremos crecer más".
Las acciones antitabaco emprendidas por la Unión Europea -nuevos carteles más grandes en las cajetillas y prohibición de anunciar tabaco- le enfurecen: "La gente siempre fumará. En Estados Unidos, donde hay una gran oposición contra el tabaco, cada vez fuma gente más joven. La forma como se está luchando contra el tabaco es ridícula. Las campañas responden a una mera cuestión política. La batalla no va a acabar con la industria".
Sólo fuma cigarros, y de los suyos, que pueden costar más de 20 euros la unidad. "Sólo tres o cuatro al día", dice. "Hasta mi doctor ha tenido que aceptarlo". Salvo cuando habla de la lucha antitabaco, Schneider siempre bromea: "
He tomado decisiones importantes en mi vida, pero la mejor fue casarme con mi novia. Llevamos juntos 55 años. Como se puede ver, soy muy resistente".
Conocer a su mujer, Annemarie Huppuch, fue determinante, porque Schneider estaba destinado a ser diplomático hasta que se enamoró de la hija del entonces dueño de la compañía.
"Estudié en Basilea durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando terminé, fui delegado de la Cruz Roja para organizar la ayuda médica en los campos de concentración nazis. Antes de llegar allí pensaba que era imposible lo que contaban sobre esos lugares, creía que era propaganda de los aliados. Cuando vi la realidad... fue muy duro, no exageraban", explica. Después, trabajó durante tres años para el Gobierno de Suiza y vivió en Japón.
"Pero a los 25 años conocí a mi novia, que me enseñó a fumar buenos cigarros, beber buen vino y, además, merecerlo... Me casé con ella a los 27 años.
Durante seis años y medio, tras la boda, mi profesión era ser el cuñado, hasta que mi suegro se retiró y tomamos el control de compañía".
Le empresa de la que habla Schneider tiene poco que ver con la actual. "La segunda decisión importante de mi vida fue comprar la tienda del señor Zino Davidoff en 1970", por la que pagó cuatro millones de francos suizos. "Todo el mundo dijo entonces que estaba completamente loco, pero yo tenía muy claro que con esta compra no sólo tendría una tienda, sino la marca".
Davidoff fue el impulso definitivo. Schneider se encargó de empezar a vender con éxito los cigarros de Zino Davidoff, elaborados a partir de tabaco cubano, por todo el mundo. "Los cubanos estaban un poco celosos y empezaron los problemas; así que decidí rescindir el contrato y trasladar la producción a Santo Domingo, donde tenemos el control de toda la producción". No descarta volver a Cuba si hay cambios en el régimen: "Lo haría si hubiera una liberalización".
"Ahora lo que quiero es vender chocolate suizo, Lindt. Su director general es amigo mío. Así completaríamos lo que llamamos el placer de después de una buena comida: fumar un cigarro, beber un buen coñac y comer un excelente chocolate", explica. "Aunque con las diversificaciones hay que tener cuidado, porque si es excesiva puede perjudicar a la compañía".
Schneider asegura que no tiene intención de vender su empresa, pese a las numerosas ofertas que ha recibido. "Los bancos me proponen vender, comprar, salir a Bolsa... y yo les escuchó y después me doy el lujo de decirles: 'No tenéis ninguna posibilidad'. Mi principal objetivo en todo este proceso ha sido mantenerme independiente, sobre todo de los bancos, porque me gusta la libertad". Davidoff no tiene abierta ninguna línea de crédito.
"Somos una empresa familiar. Eso está claro. Un negocio familiar, en mi opinión, es la mejor forma de alcanzar el éxito.
El problema de la mayoría de las empresas hoy es que hay demasiados gestores, pero pocos emprendedores", afirma. Ahora, prepara la sucesión. "Estoy organizando la compañía de cara el futuro, preparando a la próxima generación: a tres de mis siete nietos. El mayor ya está trabajando aquí y tiene muchas posibilidades. Antes tendrán que demostrar que están capacitados". ¿Y si no lo están? "Sé que encontraré la solución antes de retirarme, quizás en los próximos 17 años...".
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