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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La condesa descalza

Alicia Giménez Bartlett se pasea con implacable ironía por el callejón sin salida en el que está sumida la protagonista de 'Secreta Penélope'. El personaje se moldea a través de los recuerdos de amigos y amantes y representa el fracaso de una generación.

De hacer caso a los divertidos decálogos para ser una buena escritora o un buen crítico literario que Cristina Peri Rossi ha dejado caer, en estos primeros días de septiembre, en una revista literaria "no basta con ser mujer para ser una buena escritora" y "no basta con no leer literatura escrita por mujeres para ser un buen crítico". De Alicia Giménez Bartlett (Almansa, Albacete, 1951) podría decirse, siguiendo el tono humorístico de Peri Rossi, que es una buena escritora a pesar de ser mujer, y que uno es lo que es aunque lea, con gusto, curiosidad, y no por "imperativo legal", literatura escrita por mujeres. Secreta Penélope, la última novela de Bartlett, que abandona momentáneamente su buen nido hecho en lo más alto de la narrativa policiaca, no sólo es literatura escrita por mujeres, sino, y sobre todo, escrita para mujeres. Uno no quisiera caer en el punto quinto del decálogo de Peri Rossi -búsquenlo en Qué Leer-, pero este matiz, escrita "no por" sino "para", condiciona mucho la lectura, vaya que sí.

SECRETA PENÉLOPE

Alicia Giménez Bartlett

Seix Barral. Barcelona, 2003

284 páginas. 17 euros

Cabría, desde luego, supo-

ner que Bartlett, valientemente, con implacable ironía que hiere como acero toledano, ha entrado "a calzón quitado" (doy por hecho que la expresión está ahí y que, aunque España es una "kermés" electoral permanente, no es forzoso decir siempre "ciudadanos y ciudadanas") para asistir, como Bogart, en el entierro lluvioso de su condesa descalza, la hermosa Ava, al de su amiga Sara, una "Eva triunfante", en palabras de la narradora: "Un pubis sin fronteras". Sara, suicidada, Sara, bella, indomable, Sara extraviada en el laberinto del sexo, representa, en la voluntad de la narradora, que asiste desde fuera a ese paseo por el callejón sin salida del personaje, el fracaso de una generación que acaso creyó que el horizonte se tocaba con las yemas de los dedos. Sara, Eva, Penélope, es un monigote sin libertad manejado por el recuerdo de sus amigos y amantes, con los que la narradora va modelando un personaje, esa pobre condesa descalza, tan hermosa y desgraciada como la Ava Gardner de la película de Mankiewicz, pero que resulta un muñeco de barro, sin alma, sin brillo, sin aire. Pese al intento de reconstruir el pasado, de adivinar las razones del suicidio de Sara, en ningún momento el lector logra sentir su aliento.

La pobre Sara, coleccionista de p*** (el libro de estilo por el que se rigen estos papeles aconseja prudencia), encuentra en su triste deambular por los sombríos amaneceres del sexo rápido una cuadrilla de hombres (todos ellos con "los pantalones ridículamente bajados", al aire sus "bolsas escrotales", "eruditos", alguno, "a la cunnivioleta", a los que "se los f*** vivos", si eran "p*** alegres", cuando no "p*** caídas"), que ciertamente poco le aportan. Sara es un personaje errante, sin voluntad, que chapotea, hundiéndose todavía más, en las arenas movedizas de las relaciones esporádicas. Sara es un "juguete roto", víctima de un tiempo y de un momento generacional (el de la escritora). Bartlett ha extremado, para subrayar este fracaso generacional (el espejismo de la liberación, del feminismo), el lenguaje sexista, decididamente machista, haciendo que resulte grotesco y caricaturesco todo el intercambio de fluidos corporales entre unos y otros (o entre otros y otras). En fin, a este lector, sin querer confesarse por más de uno de los puntos del decálogo, le hubiera gustado sólo leer la novela posible que atraviesa esta narración: la historia de Sara y de su hija, Camila, una historia durísima, una metáfora, ésta sí, de los "polvos" y de los "lodos" de una generación. Ésta, sí, hubiera sido una buena historia (aquí sólo esbozada), pero quién es uno para sugerirlo...

Alicia Giménez Bartlett (Albacete, 1951).
Alicia Giménez Bartlett (Albacete, 1951).

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