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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una novela de no ficción

En 1975 Pinochet participó en Madrid en los funerales de su admirado Franco. Además del castellano y el catolicismo, Pinochet y Franco tenían otras cosas en común: ambos eran generales no demasiado brillantes, pero sí astutos, pacientes, ambiciosos, hábiles en el manejo de los aparatos del Estado y muy dotados para la traición y la crueldad. Como Franco, Pinochet se puso en el último minuto al frente de una insurrección contra las autoridades democráticas que había jurado obedecer, y, como Franco, quiso destruir por completo a los vencidos a través del ejercicio de una violencia fría y brutal.

Franco y Pinochet fueron protegidos de un Estados Unidos que perdía una y otra vez su alma en la lucha contra el comunismo, pero el primero murió en el pleno ejercicio de sus poderes y el segundo, como algo habían cambiado los tiempos, tuvo que cederlos parcialmente y permitir la reinstauración en su país de una democracia frágil y vigilada. Más tarde, en otro signo del cambio, Pinochet pasó 503 días retenido en Londres, a la espera de la decisión de las autoridades británicas sobre la demanda de extradición para su juicio que había formulado el juez español Garzón.

YO, AUGUSTO

ERNESTO EKAIZER

AGUILAR. MADRID, 2003

1.022 PÁGINAS. 29,90 EUROS

Más información
"El caso Pinochet no es una conjura política sino del destino"

La historia del felón chileno es contada por Ernesto Ekaizer en Yo, Augusto, un libro tan largo como sólido, una de las mejores contribuciones que el periodismo español contemporáneo ha hecho a la construcción de la Historia. A diferencia de tantas obras enhebradas con un par de hechos y media docena de cotilleos, Ekaizer aporta en Yo, Augusto más de un millar de entrevistas realizadas personalmente y la consulta de cientos de documentos recién desclasificados por diferentes servicios secretos y organismos diplomáticos. Con ello arma al modo anglosajón, como podría hacerlo Bob Woodward, un texto que, por la gran cantidad de personajes, descripciones vívidas y diálogos realistas, se lee como una novela, y que transmite todo el tiempo una poderosa impresión de veracidad.

En este libro saludablemente singular, Ekaizer evita en todo momento el apasionamiento personal. Su relato de la represión en Chile pretende la exactitud notarial y ello lo convierte en estremecedor. Una y otra vez, los testimonios y documentos aportados por Ekaizer prueban que Pinochet lo sabía todo, si es que no lo ordenaba personalmente.

La segunda parte de Yo, Augusto, en realidad dos tercios del libro, está consagrada al complejo proceso abierto por la detención de Pinochet en Londres, en octubre de 1998, a solicitud del juez Garzón. Ekaizer, que cubrió el caso para este periódico, da toda suerte de detalles de lo que sucedió en Madrid, Londres y Santiago hasta que Pinochet fue liberado en marzo de 2000. Su minuciosa y absorbente reconstrucción permite la muy necesaria continuidad de dos debates abiertos por ese caso. Uno, universal, es el relativo a la posibilidad de juzgar en cualquier parte a un tirano por muy jefe de Estado que sea o haya sido; otro, específicamente español, debe responder a la pregunta de si una España que practicó la amnistía y hasta la amnesia durante su transición a la democracia puede dar lecciones a terceros países.

Al final, el caso Pinochet no fue el Núremberg de la dictadura militar chilena que hubiera sido menester. Pero el libro de Ekaizer termina con una nota optimista: la audaz iniciativa de Garzón sirvió para que la justicia chilena levantara cabeza, con el valiente juez Guzmán a la cabeza, y comenzara a procesar a los uniformados que hace treinta años espantaron a la gente decente de este planeta.

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