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GUIÑOS
Columna
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Las fotos del paraíso

Durante estas semanas de atrás hemos podido ver en la prensa cómo Morgana Vargas Llosa acompañaba con fotografías algunas crónicas escritas por su padre, Mario Vargas Llosa. En situaciones como esta, siempre entra la duda si la fotógrafa utiliza el apellido familiar para promoción personal y alcanzar una relevancia que de otra manera no hubiera sido. Si bien uno o dos reportajes no siempre resultan suficientes para valorar el trabajo de un fotógrafo, la medida de lo que es capaz hacer esta mujer la encontramos en el libro Las fotos del Paraíso publicado por Alfaguara.

Se trata de un gran reportaje gráfico realizado cuando acompañó a su progenitor a revivir la historia del pintor Gauguin. En el mismo se constata la calidad de una autora capaz de jugar con los variados cromatismos que la luz del sol permite alcanzar a distintas horas del día. De la misma forma domina los contraluces, la luz frontal, lateral, cenital o las largas exposiciones nocturnas que utiliza con soltura para realzar sus composiciones. Encuadres que, sin ser rebuscados, mantienen el equilibrio suficiente como para no enmascarar la importancia narrativa del documento que transportan. Las fotografías del libro al que nos referimos, aunque no en todos los casos, se preñan de las coordenadas principales que marcan la trayectoria estilística del pintor francés: exuberancia, colorismo, figuración ligeramente naïf o incluso una recuperación plástica de situaciones con matices dramáticos. Hay tiempos y lugares para el relato de toda una biografía gráfica. Se recorren lugares por donde pasó Gauguin y de ellos las fotografías consiguen extraer, con su geometría y color, el recuerdo del artista.

Todo empieza por las perdidas islas Marquesas, en el océano Pacífico. La isla Hiva Oa, donde muere el pintor, es el primer escenario donde recuperar los fantasmas del pasado. Su tumba, los tarros de cristal para guardar el láudano, la frondosidad de los bosques tropicales o incluso los descendientes de aquellos personajes rechonchos y simpáticos que tan graciosamente recuperaron sus pinceles nos remiten al pasado.

En un recorrido a la inversa, es decir de fin a principio, desde el Pacífico se llega a la agreste costa de Bretaña, ultimo refugio europeo del artista en su búsqueda del paraíso incontaminado por el progreso. Allí las fotografías se encargan de captar los matices rebeldes y la exaltación que proclama el pintor por las culturas ancestrales. Luego se recula hacia el estudio del pintor en Pont-Aven, a Londres, a París, a la Provenza y Arles, Perú y, finalmente, Burdeos, para introducirnos en la intimidad del pintor, pero también de la fotógrafa.

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