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Reportaje:LA CARRERA POR LA CASA BLANCA

Nueve candidatos y un general

Los aspirantes demócratas arrancan con un grave inconveniente: dos de cada tres electores no tienen ni idea de quiénes son

Entre el 19 de enero y el 2 de marzo de 2004, todo estará claro: entre el caucus de Iowa -inmediatamente seguido por las primarias de New Hampshire- y el supermartes, en el que 11 Estados eligen a los candidatos, se sabrá cuál de los nueve enanitos demócratas se enfrentará a George W. Bush en noviembre. Será uno de los nueve... o no: el caballero blanco, "el único que puede ganar a Bush", como pregonan los suyos, es para muchos el general retirado Wesley Clark, el hombre que lleva amagando desde hace meses con entrar en la carrera y que hasta ahora permanece en silencio.

Los candidatos arrancan con un grave inconveniente: dos de cada tres norteamericanos no tienen ni idea de quiénes son. No es un problema nuevo ni insoluble: en el otoño de 1991, un tal Bill Clinton tenía un reconocimiento popular del 2%. Un año después, era elegido presidente. Pero el proceso de selección es largo, desgasta y cuesta dinero; si no se acierta con los tiempos, se llega a las primarias con un mensaje tan agotado como la cartera.

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Por el momento, la cartera más prometedora y el mensaje más refrescante pertenecen al médico y ex gobernador de Vermont Howard Dean, que el próximo 17 de noviembre cumplirá 55 años. Dean ha sabido recoger la furia de las bases demócratas, que aún hablan de las elecciones de 2000 como el robo del siglo, y enarbolan el banderín contra la guerra. Dean galvaniza a los más fieles sin asustar a los moderados, porque sus políticas son moderadas. Recoge millones de dólares en donaciones vía Internet y es el único de los nueve que despierta ilusiones.

El senador John Kerry, 60 años, era el gran favorito antes de que estallara el fenómeno Dean. Su experiencia, su historial de héroe militar, su maquinaria de recogida de fondos... todo es correcto, pero al senador le falta chispa: Kerry es un patricio de la Costa Este que no se apasiona ni apasiona. No ha conseguido transmitir ni temas ni fuerza por el momento, pero sigue siendo uno de los grandes favoritos.

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El senador Joe Lieberman, 61 años, tiene un nivel elevado de reconocimiento popular, porque hizo la campaña de 2000 con Gore, pero sus posiciones duras en política exterior cotizan a la baja.

El congresista Dick Gephardt, de 62 años, es otra eterna promesa demócrata. Si consiguiera el respaldo de los sindicatos, su base tradicional, podría soñar con la nominación, pero es difícil. En el debate del jueves estuvo muy crítico con Bush, pero hace un año condujo al partido por la senda oficial de Irak.

El resto de los candidatos tiene menos margen. El senador John Edwards, de 50 años, es telegénico y se vende como el nuevo Bill Clinton, pero está prácticamente inédito. El senador Bob Graham, 67 años, tiene experiencia, pero su perfil es, cada vez más, el de un posible vicepresidente. La ex senadora Carol Moseley Braun, que acaba de cumplir 54, juega la carta de las mujeres, pero tiene poca organización y escasa presencia. El congresista Dennis Kucinich, de 57 años, es el más izquierdista y no aspira seriamente a la nominación, sino a difundir mensajes, igual que el polémico reverendo negro Al Sharpton, de 49 años, que quiere sustituir a Jesse Jackson como líder de la comunidad afroamericana de EE UU.

Y entre bastidores, Wesley Clark: el perfecto candidato para los que quieren ver en el antiguo jefe de la OTAN a un nuevo Eisenhower. Clark, un elegante sureño de 59 años, lo tiene casi todo: primero de su promoción en West Point y una hoja de servicios impecable, con condecoraciones incluidas; formación intelectual, experiencia empresarial, políticas sociales progresistas y amplio recorrido político: trabajó con Cheney y Rusmfeld en la Casa Blanca cuando Gerald Ford era presidente y dirigió la campaña de la OTAN en Kosovo bajo una Administración demócrata. Ha sido escéptico sobre los motivos de la guerra de Irak, crítico con la posguerra y defensor de la vuelta al multilateralismo. "Cuando ves que tu país tiene problemas y desafíos, piensas que debes lanzarte y ayudar". Así despertó el general Clark las expectativas el pasado 15 de junio. Ahora ha sugerido que podría tomar una decisión antes del 19 de septiembre. Es algo tarde. Pero Clinton anunció su candidatura el 3 de octubre de 1991. Y, como Clinton, Clark también es de Arkansas.

El voto más buscado

Los hispanos decidirán muy probablemente la suerte de las elecciones de 2004. Primera minoría estadounidense (38,8 millones de personas), su paso por las urnas fue aún tímido en el año 2000: 7,5 millones de votantes, el 7% de todos los que participaron. Se espera que el próximo año voten de dos a tres millones más y que su peso sea decisivo en Estados tan importantes como California, Tejas, Florida o Nueva York.

En Nuevo México, sede del primer debate demócrata el pasado jueves, la población hispana llega al 42% y el gobernador es Bill Richardson, una de las cabezas visibles más importantes de la clase política latina: "Creo que los hispanos tendrán en sus manos la llave del resultado de cuatro Estados: Nuevo México, Arizona, Nevada y Florida, y creo que estos cuatro Estados decidirán la presidencia", aseguró Richardson el jueves.

Pero los demócratas saben que esos votos no están garantizados ni son un electorado cautivo (como lo es el voto de los negros), sino cada vez más independiente, más diverso: hay poco en común entre California y Florida, por mencionar dos Estados en los que su voto cuenta.

George W. Bush consiguió el respaldo del 35% de los hispanos en 2000 -récord absoluto para un candidato republicano- y su objetivo es alcanzar el 40% dentro de un año. A su favor juega la mayor movilidad social de los latinos y el enorme incremento de su poder adquisitivo en los últimos diez años; en contra, datos objetivos -el desempleo es relativamente alto entre los hispanos- y elementos más subjetivos, como el estado de ánimo que tendrá dentro de un año la comunidad cubana de Florida, enfadada ahora con la Casa Blanca, a la que acusa de no tener una política migratoria generosa con los balseros que salen de la isla y son recogidos en el mar.

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