Un crucero entre vides por el Mosela
Colinas verdes y vestigios romanos en los bancales del río alemán
A su paso por Bonn, el Rin transcurre con tal mansedumbre de vida provinciana que, al caminar por sus florecientes orillas, el viajero se olvida de que se encuentra en uno de los países más industrializados del mundo. El centro de la ciudad está a tres pasos, pero aquí se suceden los opulentos jardines, las placitas con parras de rosales, los paseos sombreados de
tilos y generosas cervecerías con terrazas desde donde observar el lento fluir de las chalanas. El tiempo parece haberse detenido en el siglo XIX, cuando Schumann intentaba otra vez vencer a la locura en el sanatorio de Endenich y el estudiante Nietzsche escribía sus primeros ensayos en la Universidad.
El silencio persiste como un distintivo de la ciudad; tan dominante es el silencio en Bonn que no se oyen los tranvías. Aparecen de pronto; son el único peligro para el forastero. Capital del Gobierno Federal hasta 1991, Bonn se recupera de su imposición administrativa volcándose en una devoción silenciosa que parece un homenaje a su hijo más célebre, que compuso gran parte de su obra sin oír una sola nota. Es obligada a la casa natal de Beethoven, un edificio de aspecto rural de dos plantas, con un patio interno y una escalera de madera que cruje bajo el peso de los visitantes. Algunos intentan descifrar la letra del joven Beethoven, pero la mayoría admira el pianoforte del genio.
De Coblenza a la romana Treveris, ciudad natal de Karl Marx. Una apacible ruta acompañada de catas de los cotizados vinos que dan fama a esta zona al sur de Bonn, cuyo paisaje inspiró a Beethoven.
El Rin continúa apacible, si bien irremisiblemente contaminado, hasta el mar del Norte. Hay que seguir a contracorriente del gran río, más allá de las villas de los políticos; hay que dejar atrás la casa donde el canciller Adenauer ejerció su pasión de jardinero, cultivando sus famosos arriates de rosas. En la orilla opuesta se levantan, coronadas por castillos en ruinas, las cimas de las siete montañas que según la leyenda fueron levantadas por los enanitos que cavaron los lagos al lanzar la tierra a sus espaldas. Después de una visita al viejo pueblo de Andernach, con un desvío a María Laach, una abadía románica deslumbrante, emplazada junto a un lago perfectamente redondo, se llega a Coblenza. Los romanos fundaron un castro en el lugar de encuentro entre el padre Rin y "la" Mosela, su hija más agraciada (los ríos femeninos correspondían a diosas en la mitología germana). La fortaleza debía controlar la importancia estratégica de esta confluencia fluvial.
Tomamos un barco, ocupado por enérgicos pensionistas de piel lechosa, con los pómulos brillantes, dueños de una salud de hierro, que a las once de la mañana ya han consumido varias rondas de vino de Mosela. El barco pasa por docenas de esclusas, construidas en previsión de los desbordamientos; sube lentamente por los estrechos meandros que esta poderosa vía acuífera ha serrado en los macizos de pizarra, a través de un lecho que separa las suaves lomas de Eifel y Hunsrück. Los pueblos de tejado oscuro, diseminados por el valle, o alzados en las montañas boscosas, mantienen el encanto de cuento de hadas que fascinó a los viajeros románticos. Lord Byron y Victor Hugo quedaron atrapados por la belleza de las empinadas laderas del río, con sus castillos de torres puntiagudas elevados sobre escarpadas rocas.
Un trabajo de siglos
Los romanos recorrieron los 200 kilómetros hasta Treveris en sus trirremes, distribuyendo la vid cuyo cultivo haría famosa esta comarca a partir de 1800 -un trabajo de siglos les costó a sus habitantes-, entonces una región empobrecida y olvidada. La vitus alba, una cepa de uva blanca, fue la antepasada de la famosa elbling que hoy se cultiva, junto al característico riesling, en las pendientes meridionales. Los viñedos, la mayoría en bancales de pocos metros, casi perpendiculares, obligan a un cultivo extremadamente laborioso; cada baya exige un cuidado particular. No es de extrañar que su zumo sea tan costoso. Los vinos del Mosela están entre los más cotizados del mundo. Destacan por su color amarillo pajizo, el inconfundible aroma a grosella y pizarra, y una ligereza que, junto a su fina y refrescante acidez, les hace ideales para el verano. La visita a cualquiera de los pueblos debe concluir con una cata de Mosela, no sólo de sus elaboraciones blancas, el 60% de la producción, sino también de los etéreos y aromáticos rosados y tintos.
Una escala en la pequeña ciudad de Cochem, dominada por el magnífico castillo imperial del siglo XI; otra en Zell, famoso por sus vinos Schwarze Katz (Gato Negro), y una tercera en Bernkastel-Kues, de donde procede el vino de mesa de la reina de Inglaterra, merece la pena, ya no sólo por sus caldos -el homenaje a Baco aquí es primordial-, sino por la deliciosa arquitectura de sus casas, con entramados de madera sobre fondo blanco. Se puede pasear entre los viñedos, pero la manera más placentera de conocer la ruralidad de esta parte de Alemania es seguir el curso del río en bicicleta, facilitado por los carriles bici de ambas orillas.
Tras una parada en Neumagen, de donde procede el relieve de la embarcación romana cargada de toneles de vino, y en Piesport para otra cata, en este caso del Piesporter Goldtröpfchen (Gotitas de Oro), se llega a la hoy provinciana y dormida Treveris, fundada por Augusto. La antigua capital del imperio occidental posee el mayor conjunto arquitectónico romano de Europa septentrional, gracias a las construcciones de Diocleciano y, sobre todo, al Aula Palatina, ahora una iglesia protestante, que Constantino el Grande erigió para su ceremonia de coronación: una basílica de 67 metros de largo, 27 de ancho y 30 de alto. Igual de monumentales resultan todavía hoy las Termas Imperiales, y, por supuesto, la mole ennegrecida que daba acceso a la fortaleza romana: la Porta Nigra. Ésta es la Treveris en la que se crió Karl Marx, no las grises, frías y cuadradas construcciones con las que se reconstruyó la ciudad, fuertemente bombardeada en la II Guerra Mundial. La casa museo del autor de El capital, nacido en la Brückenstrasse, 10, muestra, entre muchos otros documentos, algunas cartas a su mujer, Jenny, a quien dedicó, por cierto, una serie de notables poemas.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir
- Germanwings (915 14 08 25 y www.germanwings.com) ofrece vuelos directos a Bonn/Colonia desde Madrid, Barcelona, Ibiza y Málaga. Los precios empiezan en 19 euros más tasas por trayecto y suben según disponibilidad.
- Lufthansa (902 22 01 01), a Bonn, vía Francfort, ida y vuelta, hasta el 15 de octubre, 301 euros más tasas.
Información
- Oficina de turismo de Bonn (0049 228 77 50 00). Facilitan reservas hoteleras.
- Web de la región de Bonn: www.bonn-region.de.
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