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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sinfonía del mundo nuevo

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Manuel Padorno fue un poeta sin interrupciones, a quien la pureza de su vocación acaso le hizo desentenderse del mundillo literario. Desde su aparición en 1955, con Oí crecer las palomas, hasta los últimos ochenta, su voz apenas había trascendido el círculo de los allegados. Los noventa fueron, en cambio, una tromba de escritura que al fin se difundió en editoriales de alcance nacional. En unos meses de furor creativo compuso numerosos poemas que fue repartiendo en cuatro series, dos de las cuales se publicaron en Para mayor gloria (1997) y Hacia otra realidad (2000), quedando inéditas hasta hoy El otro lado y Fantasía del retorno. Sin embargo, "cuando amainó este tourbillon poétique me di cuenta de que los cuatro libros -arquitectónicamente palladianos- serían uno", según aclaró dos meses antes de morir.

CANCIÓN ATLÁNTICA

Manuel Padorno

Tusquets. Barcelona, 2003

364 páginas. 20 euros

Canción atlántica, donde se recoge ahora el conjunto al cuidado de Josefina Betancor, viuda del poeta, es en efecto un "libro único", tanto como puedan serlo El preludio, de Wordsworth, o Cántico, de Guillén, y más que La realidad y el deseo, de Cernuda. Así lo evidencia una construcción de armonía pitagórica, pues cada uno de los cuatro apartados consta de siete secciones, formadas por siete poemas homogéneos en la extensión y en el ritmo, de endecasílabos sin rima por lo común. Y si en la estructura Padorno ha actuado como el Dios geómetra, en la progresión temática lo ha hecho como el Dios músico, pues Canción atlántica es una sinfonía de glorificación. La obra tiene el aliento de las grandes cosmogonías literarias como Canto general, de Neruda, o más aún, Cántico cósmico, de Ernesto Cardenal, incluidas las resonancias de un peculiar futurismo de imponentes fuerzas elementales: "la máquina se ha puesto a triturar / el vapor y a salarlo; y a expandirlo / interminablemente, a manos llenas / en todas direcciones, a aventarlo / en grandes oleadas"...

Igual que en ellos, el colosalismo y la reiteración formularia pueden llegar a sistematizarse, con la consiguiente neutralización de sus efectos. Al relato de este Génesis concurren signos de identidad del autor, como el desgajamiento de sus miembros, la duplicación corporal, los mitos solares, los animales de su particular bestiario: enormes hormigas que balan, caballos desbocados que se salen del aire, pájaros de agua.

Aturdido o alelado por la confusión de los sentidos, el sujeto escapa de las mazmorras del yo. Ante él se alza un panorama nacido en un laboratorio de marmitas y retortas, poleas y engranajes, destilerías oceánicas. En su camino purgativo hacia la tierra de promisión se ve asaltado por las tentaciones entrañables de lo que deja atrás, pero no cede en su determinación de proseguir: "Ya todo lo visible me estorbaba. / Trabajo en apartarlo. Dondequiera / hallo objetos, paisajes conocidos": montañas, nubes, flores, ríos. Una vez en El otro lado, título del tercer y más intenso apartado del libro, el poeta se siente pionero de un "genuino país de la otra luz", en que las formas habituales se han desleído en un proceso de abstracción plástica que conoce bien el Manuel Padorno pintor. Para la organización mental de este universo, el autor debe remitirse al paisaje que habitaba: Islas Afortunadas, playa de Las Canteras. No por ineludible es menor la impostura de esta correspondencia: "Para hablar de este sol, que es bien distinto / habré de referirme, inevitable / al viejo espacio iluminado entonces". Otro tanto ocurre con las palabras, nacidas antes de que existieran las realidades a las que ahora designan: "el día (esa materia que llamamos / día)"; "Y el sol que alumbra (por llamarlo así)"; "¿Qué nombre darle a un árbol que no se / parece a un árbol y es un árbol?".

Canción atlántica es un empeño poético mayor, fábula y cántico de la creación de un mundo que el autor descubre y nos da a descubrir. No debiera esta voz, tan personal y de tanto fuste, pasar de nuevo inadvertida en medio de la algarabía.

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