Gorditos
A uno, a la vuelta de vacaciones, le gustaría escribir de forma lo más distendida posible para seguir como de descanso. Se podría escribir, por ejemplo, de los gorditos. Esos niños como éramos los de antes, que estábamos achatados por los polos, ensanchados por el ecuador y a los que, después aprobar la religión oficial de franco con minúscula, el profesor cura de turno les colocaba un pink y preparados para ayudar a misa, y que ya no se daban. Sin embargo, parece que vuelven. Es lógico, es el camino al que conduce una política sanitaria y educativa basada en la teoría y en la nostalgia. El sobrepeso de los niños españoles y el de los niños y adolescentes andaluces, como se destaca en la guía del Programa de Salud, es una realidad; que la religión pasa a ser asignatura libremente obligatoria para Pilar del Castillo, para el culto, y para los que no lo son tanto, otra.
Sin embargo, como también estamos en puertas de exámenes, no está mal mirar hacia otros gorditos. Y, si no, no hay más que ver cómo se las ha podido gastar un profesor de Derecho de la Universidad de Sevilla. Es lo que dice la Universidad en una denuncia que ha planteado contra este docente. Dice que parte del importe de las becas que recibían unos alumnos de la UE se la ha estado quedando este profesor. Claro que tampoco es para rasgarse las vestiduras, dirá alguno.
En un Estado en el que el presidente del Gobierno no dice la verdad antes, durante y después del parto de la guerra de Irak, y en un Estado en el que algunos políticos empiezan a ser conocidos por sus políticas inmobiliarias, no puede resultar extraño que un profesor arañe unas peseticas.
Eso sí, lo que resulta extraño es que la Universidad de Sevilla, tan exigente con aquellos alumnos que, al parecer, hace dos años dañaron sus puertas y que consistió en querer de inmediato su expulsión perpetua rebajada a dos años, no haya aplicado el mismo criterio y expulse a este profesortitular metido a raterillo -dice ella- sin esperar juicios que valgan, o bien le suspenda un par de añitos.
Tal vez, algún día, cuando decidamos que no nos hagan tragar tanta porquería dejemos de ser gorditos. Claro que, para ello, podría ser necesario que empezáramos a dejar de creer en las palabras del que lleva el pink de turno, y nos fijáramos sólo en sus hechos.
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