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Columna
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Fumata negra

No ha hecho falta reunir ningún conclave. No ha habido tampoco multitudes concentradas ante La Moncloa en espera de la señal. Ha bastado con que Aznar volviera de sus vacaciones en Menorca, pusiera los pies encima de la mesa, encendiera un puro, y le dijera a Ana: "Ya lo he decidido: Mariano". Después, levantando el teléfono se lo comunicó a él: "Prepara la mochila que nos vamos a pasar el fin de semana a Quintos de Mora. Tenemos que hablar". Era la señal esperada. Rajoy, para no ser menos, prendió también un habano y comenzó a repasar mentalmente todos los sinsabores de los últimos meses: el Prestige, la guerra, la Asamblea de Madrid, Ibarretxe, Maragall,... Había valido la pena estar siempre discretamente junto al presidente. Al fin lo había conseguido. Otros que se habían postulado, se quedaban en el camino.

Una vez designado el sucesor, no ha habido la más mínima fisura. Llama la atención que Mayor Oreja, la víspera de que más de 500 personas tuvieran que votarla, dijera: "Mañana la refrendaremos por unanimidad". Es decir, que no cabía al parecer el menor margen para que alguien de entre esos cientos de dirigentes pensara que el candidato más idóneo era otro. O, lo que es casi peor, que aunque alguno lo pensara, no se iba a atrever a decirlo ni siquiera en votación secreta, por si acaso. La verdad es que la manera en que se ha desarrollado todo este episodio de la sucesión de Aznar, unida a otros asuntos que han salpicado la vida política de este país durante los últimos meses, constituye todo un síntoma -un mal síntoma desde luego- de la poca salud democrática de la que goza nuestro actual sistema de partidos, al menos en lo que a los dos mayoritarios se refiere.

Por un lado, el PP parece haberse convertido en una máquina al servicio de la peculiar idea de España de Aznar, engarzada en un conglomerado más amplio que abarca a la FAES, diversos medios de comunicación, y hasta empresas recientemente privatizadas. Un conglomerado en el que las prebendas se reparten en función de los servicios prestados al líder, y en el que hay sitio y dinero para todos, incluidos los de la Fundación Francisco Franco. En un tiempo se hablaba de funcionamiento "a la búlgara" para referirse a este tipo de unanimidades y adhesiones inquebrantables, siempre bien engrasadas. Ahora ya no sé como se llama a esto.

Y, por otra parte, nos encontramos con un partido socialista al que se achaca curiosamente todo lo contrario: ser una jaula de grillos y carecer de liderazgo. Personalmente los grillos me caen bastante bien y, además, no creo que el debate abierto, aunque trascienda a los medios de comunicación y pueda dar la idea de desunión, sea algo negativo para el fortalecimiento de la democracia, sino todo lo contrario. En esto también se equivoca Aznar, haciendo un flaco servicio al pluralismo y a la convivencia al intentar descalificar a la oposición por tener debates internos, aunque pueda sacar de ello réditos electorales.

Pero me temo que ésta sería una lectura demasiado optimista de lo que ocurre realmente en el PSOE, sobre todo visto lo de la Asamblea de Madrid. Ojalá Zapatero fuera un líder sin carisma, pero capaz de generar un debate a fondo entre las distintas corrientes del partido sobre los retos del socialismo en la actualidad, incluyendo los cambios operados en la significación de los grandes estados nacionales y la emergencia de los espacios subestatales. Pero las diferencias no se ven normalmente como algo enriquecedor y dinamizador de la vida interna de los partidos, sino como un inconveniente con el que a veces hay que apechugar, y que obliga, no a discutir, sino a pactar el reparto del poder, con resultados como los vistos en Madrid.

Pero en fin, volviendo al principio, por fin ha habido fumata. Aunque en esta ocasión, el humo de los habanos de Jose María Aznar y de Mariano Rajoy no ha sido blanco, sino negro. Un negro teñido por el chapapote, por los miles de muertos de Irak, por la basura televisiva, y por un creciente autoritarismo que se apoya, autocomplaciente, en la escasa sensibilidad ciudadana ante tanto desmán.

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