Clásicos populares

Tiene no poca gracia la presentación de esta peripecia situada en pasado, en la que un grupo de individuos del todo sobrenaturales deberá vérselas con una bestial, sangrienta conjura planetaria que, a comienzos del siglo XX, augura sumergir al mundo en una catarata de sangre... como si verdaderamente la "gran guerra" no estuviera ya en vísperas.

Pero tiene gracia justamente por esos personajes. Uno, aquél sobre el que más se centra la narración, es nada menos que Allan Quatermain, el aventurero que apura su vejez en la lejana África; otro, el Hombre Invisible; otra, Mina, a quien Nosferatu ha mordido inexorablemente; otro es Dorian Gray, el del fundamental retrato wildeano; y otro, nada menos, el capitán Nemo salido de las páginas de Jules Verne en sus 20.000 leguas de viaje submarino... Y como no podía ser de otra manera, se las tendrán que ver contra "alguien", que es nada menos que el más formidable malvado literario que parió el último tercio del siglo XIX.

Con estos mimbres, un Sean Connery que, a estas alturas, sirve virtualmente para cualquier cosa, y una confesa admiración por los clásicos de la literatura popular de consumo, incluidos en ella los autores de cómics Alan Moore y Kevin O'Neil, creadores de la historia que está en la base de todo el asunto, el director Stephen Norrington construye una peripecia extraña, sugerente y repulsiva a partes iguales.

Una trama en la que se dan la mano una imaginación gótica y a menudo grotesca con las sapienciales cualidades de personajes tan singulares; unos efectos especiales que se inspiran, aunque deformados y multiplicados, en las viejas ilustraciones decimonónicas que ya reprodujera el gran Karel Zeman en sus ficciones animadas checas, con algunas situaciones demasiado del gusto de la feroz, destructora y demasiado explícita aventura contemporánea.

Demasiados efectos

El resultado es en parte descorazonador, sobre todo porque gran parte de los recursos utilizados están en contradicción con las características conocidas de cada héroe: es como si los efectos especiales terminaran cargándose la a menudo candorosa hechura de cada uno de ellos, como si sólo se movieran, en la ficción, al compás que le dictan las explosiones digitales, las escenografías digitales, las proezas atléticas digitales...

Con todo, la disfrutarán, y tal vez no poco, todos aquellos que no conocieron antes a esas "criaturas del aire" que, en muchos casos, poblaron nuestro imaginario infantil y que hoy, cuando ya todo parece dicho y visto, son rescatadas otra vez como testimonio de verdad. De cuando la aventura, en suma, era algo más que un desborde de medios materiales, de incontinencia atlética, de desborde de testosterona.