Más educación, menos guerras
En los tiempos que corren, la realidad supera con creces la ficción. Un país al que le ha costado tanto conseguir estos 28 años de "democracia", que ha experimentado de primera mano la humillación y la barbarie de una guerra civil, sigue invirtiendo gran parte de su PIB (Producto Interior Bruto) en armamento y "desarrollo" militar. Por ello, no debemos sorprendernos, al pasear por nuestra ciudad, si nos topamos con enormes vallas, de tres o cuatro metros de altura, de cemento, hormigón y alambre de espino que, al estilo de los campos de concentración, aíslan un colegio -Compañía de María, en Granada- del resto de la sociedad. Pero, ahora bien, si traemos a colación el nombre de la calle en la que está situado dicho colegio (avenida de las Fuerzas Armadas), nos resulta más sencillo comprender el por qué algunos políticos en vez de destinar todo el dinero de los contribuyentes, como hace Costa Rica, a educar a sus ciudadanos y a que obtengan una mayor calidad de vida, prefieren malgastar nuestro dinero en encontrar y fabricar "armas de destrucción masiva".
En lugar de colegios tenemos campos de adiestramiento militar para conseguir personas obedientes, sumisas, irreflexivas, individualistas, consumistas. Mientras, la delincuencia y la criminalidad pretenden ser erradicadas aumentando el número de policías. Esto es, responder a la violencia con violencia y a la marginación con marginación.
Deberíamos despertar del sopor en el que nos encontramos y abrir los ojos para darnos cuenta de que el mayor mal que puede padecer una sociedad es la ignorancia y la alienación. No queremos campos de concentración para educar a nuestros jóvenes, sino escuelas donde aprendan a ser libres, a respetar y a amar.
Señores gobernantes: queremos colegios donde se respire solidaridad y civismo, y así verían ustedes cómo las lagunas de la humanidad (guerra, pobreza, exclusión,...) se irían corrigiendo sin necesidad de deshumanizar, aún más si cabe, a una población harta de uniformes.
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