Irak se desplaza a un segundo plano en la política de Bush para lograr la reelección
La agenda del presidente se centra en la economía en medio de la escalada de la violencia
George W. Bush apura las últimas horas de vacaciones en su rancho de Crawford, en Tejas. En la Casa Blanca le esperan los dos asuntos que van a determinar en gran medida el resultado electoral de noviembre de 2004: la economía e Irak. Todo indica que el presidente va a volcarse en lo primero, consciente de que no le servirá de nada que las cosas en Bagdad vayan bien si no se crea empleo y la situación económica no mejora definitivamente en los próximos meses.
Y aunque la muerte del líder chií Mohamed Baquer al Hakim en el atentado del viernes en Nayaf fue una pésima noticia para los intereses estadounidenses en el Irak de la posguerra, no hay aún señales claras de la Casa Blanca o del Departamento de Estado sobre la anunciada posibilidad de ceder algún tipo de control a las eventuales fuerzas militares internacionales, una de las condiciones para que salga adelante una nueva resolución de Naciones Unidas.
Las negociaciones entre EE UU y los países con más peso en el Consejo de Seguridad se llevan a cabo en la discreción más absoluta. En palabras de Richard Armitage, número dos del Departamento de Estado, "no ayudaría nada que se conocieran públicamente los planes ahora mismo". Pero Armitage ha admitido que se está explorando un texto de resolución en el que se consagre la figura de "una fuerza multinacional bajo el paraguas de Naciones Unidas" en la cual "el mando estaría en manos de un estadounidense". Está por ver si el Pentágono -en donde las menciones a la ONU o a los cascos azules suelen desatar rayos y centellas- aceptaría incluso esta fórmula. Es difícil que haya decisiones antes de la segunda mitad de septiembre, cuando los ministros de Exteriores acudan a Nueva York para asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas.
Mientas tanto, Bush responde con las obligadas declaraciones a la tensa situación en Irak y a los atentados de los últimos diez días. En su reacción al atentado de Nayaf, el presidente aseguró que no se regatearán esfuerzos "para detener y juzgar" a los responsables del ataque terrorista, cuyo objetivo es "ahogar las esperanzas de los iraquíes sobre la libertad, la paz y la reconciliación". Bush reiteró que el asesinato del líder moderado chií Al Hakim, "junto con la muerte de otros muchos inocentes que se habían reunido para rezar, demuestra la crueldad y la desesperación de los enemigos de los iraquíes".
Para un número creciente de analistas y expertos, la Administración tiene que reaccionar con mucha mayor energía, imaginación y flexibilidad: "Es hora de reconocer que hay que arreglar la ocupación de Irak. Ha sido una tremenda tarea llevada a cabo con escasa planificación y extrema arrogancia", afirma Fareed Zakaria en Newsweek. "Volvamos a empezar con otra mentalidad: no estamos reconstruyendo Irak, estamos construyendo Irak desde cero", señala Thomas L. Friedman en The New York Times.
En todo caso, la agenda presidencial de la semana que comienza va a estar absolutamente dominada por la economía. Bush tiene previsto estar mañana lunes, Día del Trabajo en EE UU, en Richfield, Ohio; el jueves irá a Kansas City y el viernes hablará en Indianápolis. Todas las intervenciones tendrán como argumento central la economía y la creación de empleo, claves para que no le ocurra lo que le pasó a su padre en 1992. Celebrar el Día del Trabajo con un desempleo del 6,2% no es una buena señal, como quedó calro en las palabras de Bush ayer, en preparación de su próxima gira: "El consumo aumenta, las fábricas reciben nuevos pedidos, los tipos de interés bajos ayudan a que haya mejores balances en las empresas y las familias han ahorrado miles de millones en la refinanciación de la compra de sus casas. Ahora tenemos que garantizar que la economía crea suficientes empleos para los trabajadores estadounidenses".
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