Bebo, Chucho y Leyanis Valdés unen sus pianos en un solo corazón
Son Latinos acoge el primer concierto de las tres generaciones
El cineasta Fernando Trueba mantiene que haber conocido a Bebo Valdés "es una de las mejores cosas" de su vida. La misma afirmación podrían suscribirla, quizá, las más de mil almas que la noche de jueves se dieron cita en la playa de Las Vistas, en el municipio tinerfeño de Arona, que vive estos días sumergido en ese encuentro social y cultural anual denominado Son Latinos. Bebo estaba allí, con su piano, para extraer el alma de las teclas con el suave y ágil recorrido de sus dedos. Trueba le conoció para hacerle eje de Calle 54, su película documental sobre las estrellas del jazz latino, y le juntó con su hijo Chucho Valdés, también pianista y fundador de uno de los grupos más importantes del género en Cuba: Irakere. Desde la revolución castrista, Bebo ha vivido en Suecia; Chucho se quedó en la isla.
La excelente cinta propició el reencuentro, padre e hijo juntos dialogando con el piano. El círculo se cerró anteanoche en la playa, con la incorporación de la tercera generación, Leyanis, de 22 años, hija de Chucho y, por tanto, nieta de Bebo: la primera vez que la familia Valdés se mostraba completa en público, juntando en un solo corazón sus tres pianos.
Así que la felicidad de Trueba, presente también en esta cita histórica, se debió agrandar y contagió a esas mil almas de la playa, que oyeron el cruce infinito y mágico de los pianos de los Valdés con el hipnótico rumor de fondo de las olas rompiendo a pocos metros del escenario. Las escalas, pausas, susurros, cambios y sutilezas de la música que fluye de esta familia encontraron hermoso acomodo entre la brisa marina.
Bebo Valdés, con 95 años, es la estrella, el hombre que, según su hijo "tuvo que inventárselo todo", pero no es el primero en salir a escena. Leyanis se encarga de ello. Rompe el hielo tímida en el gesto, pero segura con el instrumento. Descarga un par de composiciones propias y rinde homenaje a la música española con una pieza de Joaquín Turina. Extrovertido y apabullante, su padre le toma el relevo. Negro por dentro, pero de blanco hasta la gorra, que se cala hacia atrás, Chucho hace jazz con tumbao, lo que él llama "variaciones sobre el son cubano". Un torbellino de escalas estiradas, sabor, negrura, revisiones y cambios de ritmo -a veces bruscos, a veces imperceptibles- que cortan la respiración en la noche playera. Recrea Caridad Amaro, la balada que compuso para "la mamá de Bebo, mi abuela, que era como mi madre" y que ya hizo en Calle 54.
Para dar paso al progenitor de la familia, Chucho se pone solemne: "El único, el gran, el maestro, mi maestro...", comienza diciendo al presentarle sin saber que su padre se ha escondido tras su espalda y que, con la expresión traviesa de un niño, pide la complicidad del público llevándose el dedo índice a los labios. Una escena divertida y tierna que acaba en el gran abrazo de ambos cuando Chucho se percata de la broma. Así que ya sobre su piano, Bebo interpreta en solitario piezas de Ernesto Lecuona o Gershwin ante la mirada embelesada de su hijo y su nieta. No tardan los tres en dialogar con sus instrumentos, cruzando escalas, armonías, ritmos y melodías.
Danzón de Tenerife, del propio Chucho, se acoge con entusiasmo y se suceden más improvisaciones de Lecuona y Gershwin, entrelazadas con clásicos del repertorio cubano como Son de la
loma, de Miguel Matamoros, o El Manisero, de Moisés Simons, y que, según recuerda Bebo, "hizo famosa en España el gran Antonio Machín".
Los Valdés: guajira con swing, tumbao con feeling, son, cubanía, jazz... pocas veces el virtuosismo tiene tanta alma. Un desafío a la mediocridad.
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