El cine, con los días contados
Dieciocho asociaciones profesionales del cine español han pedido a la ministra de Cultura que les conceda una audiencia. ¿Les recibirá, no les recibirá? Misterios del Ejecutivo. Con tanta guerra indecente, las esotéricas cábalas sobre la sucesión, y las escandalosas tramas inmobiliarias, los políticos nacionales deben de estar bien ocupados. Pero hace ya más de un mes que los del cine esperan respuesta. Silencio administrativo. Y lo cierto es que el tema no sólo es urgente, sino que está al rojo vivo. En algo más de un mes, exactamente el 15 de octubre, se va a celebrar una Conferencia Intergubernamental en la que los políticos europeos decidirán si enfrentarse o no a Estados Unidos al considerar el cine como un arte, además de industria, y reconocer por tanto su derecho a acogerse a los privilegios de la llamada "excepción cultural". O si de nuevo estos políticos van a doblegarse dócilmente a los norteamericanos que cínicamente propugnan el libre mercado cuando son los primeros en no practicarlo. Algunos países, especialmente Francia, siempre a la cabeza, están a favor de la "excepción cultural", mientras que el Gobierno español permanece oculto tras esas ambigüedades que suelen anteceder a la simple sumisión... Al menos, es lo que los cineastas están sospechando.
Para entendernos: si el cine europeo no es considerado un bien cultural (como la ópera, el teatro, la danza o los museos, entre otras materias), desaparecerá inexorablemente en poco tiempo, y con ello "la diversidad cultural que constituye su mayor riqueza". Lo que decidan los políticos en esa reunión de octubre será determinante, dado que en 2005 entrará en vigor lo que ahora resuelvan. Si considerasen el cine simplemente como otro producto más del mercado "sería una auténtica acción terrorista contra todos y cada uno de los habitantes del país castigado", aseguran los cineastas demandantes, que de paso citan a Lévi-Strauss: "Cada cultura se nutre de intercambios con otras culturas. Pero hay que oponer alguna resistencia. Si no es así, esa cultura no tendrá nada que canjear". Otra cita, esta vez de Godard: "No me importaría que emitieran por televisión tantas películas estadounidenses malas si también emitieran películas malas de cualquier otro sitio".
Por fin se han movilizado los directores del cine español, incluso con autocríticas. Se reprochan su excesiva complacencia con los poderes político y económico, su desunión, su visión a corto plazo... De camino, arremeten contra la miopía de la crítica fácilmente aduladora, contra los productores "encastillados e inaccesibles", contra los distribuidores vendidos al oro de Hollywood, y especialmente contra la ceguera del Gobierno español que no acaba de aprender de su homólogo francés... ni en lo que al cine se refiere. Hay, pues, mucha materia, que seguramente dará que hablar. Ojalá no sea demasiado tarde.
Pero no es de este gravísimo tema del que se está hablando estos días, sino de las insensatas trifulcas que protagonizan Vicente Aranda y el productor de su película Carmen. Cada día, un nuevo insulto mutuo. Cuando el uno califica de majareta al otro, éste le replica con un "tonto del culo". Como aquellos conejos de la fábula que se entretuvieron discutiendo sobre si los perros que les perseguían a muerte eran galgos o podencos. Mientras se está cociendo nada menos que el imperio yanqui acabe de arrasar con lo poquito que les queda a las cinematografías autóctonas (ya controla el 85% del mercado mundial, sin contar su abusiva presencia en las televisiones), estos dos están dando un lamentable espectáculo que, además, la película que han hecho no se merece. Que se pongan las pilas, se dejen de bobadas y marquen de una vez el número de la ministra. Podencos o galgos devoran lo mismo. A ellos dos también.
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